El último día – completo – en India nos encontramos de nuevo en Delhi, la contaminada y congestionada ciudad que nos había dado la bienvenida 15 días antes. En el hotel averiguamos la posibilidad de hacer un tour que nos llevase a distintas partes de la ciudad en el menor tiempo posible. La mejor alternativa resultó ser un autobús hop on-hop off que se podía coger cerca de Connaught Place. Así que decidimos caminar hasta la parada, a pesar de que eso significaba atravesar toda la plaza – y encontrarse con todos los personajes que te quieren vender algo, tomarse una foto contigo o indicarte un lugar donde se consiguen las mejores ofertas. No caminamos 100 metros hasta que la primer persona se nos acercó para indicarnos un bazar de textiles hindúes. Yo enseguida lo ignoré y me enojé, pues: primero, era el mismo bazar que habíamos visitado hace 15 días, segundo, el hombre que nos daba la información era – estoy seguro de ello – el mismo que nos habíamos encontrado en la tienda de té helado la vez pasada, pero esta vez contaba una historia diferente, que trabajaba en el hotel donde nos quedábamos y otros relatos más. Me obstiné y seguí caminando, a pesar de que Melanie quería seguir hablando con él. Luego más adelante no estábamos seguros a dónde ir y cometimos el error de abrir el mapa. Fue como un llamado de auxilio en la selva: enseguida se nos acercaron dos hombres, para "ayudarnos". Yo los rechacé con un gesto de la mano, entonces Melanie me reclamó: warum seid ihr so schlecht drauf? (¿por qué están de tan mal humor?). Para no entrar en conflicto, dije: está bien, dejemos que nos ayuden a ver qué cosa buena sale. En efecto, no nos ayudaron en lo absoluto: nos dijeron que los autobuses hop on-hop off no funcionaban hoy porque era feriado y que en cambio podíamos ir a un bazar, si los seguíamos a través de esta calle por aquí detrás. Melanie misma tuvo que decir no, thank you y seguimos nuestro camino, pues yo a través del smartphone ya había localizado el sitio. Allí se hallaban los autobuses, funcionando, pues a pesar de que sí era feriado, estaban trabajando.
Al llegar a la parada nos dimos cuenta que no había ninguna taquilla o caja donde comprar los tickets. Allí estaban solamente los choferes, esperando que fuera la hora justa para salir con el autobús de turno, los cuales estaban estacionados uno detrás del otro en la calle. Cuando le preguntamos al chofer cuánto costaba nos dijo: 1000 rupias por persona. Nos miramos la cara: en la página web aparecía que costaba sólo 700 rupias y así se lo mostramos, pues teníamos la prueba en nuestros teléfonos. Entonces él dijo: está bien, 900 rupias. ¿Cómo entenderlos? No sabíamos qué hacer, si era posible comprar por internet el ticket y ahorrarnos la discusión con el chofer, si hacer alguna otra actividad y, mientras discutíamos, se nos acercó un joven, de unos veinticinco años, alegando ser guía turístico de la compañía de autobuses. Tenía la identificación en regla y parecía conocer a los choferes, así que pensamos darle una oportunidad. Él nos ofreció un tour particular, en el cual nos contaría todo lo que nosotros quisiéramos, al precio que nosotros considerásemos justo, lo podíamos pagar al finalizar el tour. Si cogíamos el tour ahora mismo con él, nos llevaría incluso antes al templo Sikh que se encontraba muy cerca, para luego abordar al autobús y seguir el paseo por toda Delhi. La oferta parecía razonable y decidimos aceptar.
Una vez dijimos que sí, el joven nos pidió que lo esperáramos un minuto. Se marchó y volvió poco tiempo después, pero había algo distinto en él: ahora estaba descalzo. Comenzamos a caminar, a través de las no muy limpias calles de Delhi hasta llegar al templo Sikh – pero tuve que preguntarle, ¿por qué estás descalzo? y me respondió que por respeto al templo. Lo cual me extrañó, pues todos los templos que nos habíamos encontrado tenían un pequeño estante en el cual se podían dejar los zapatos, no había que cruzar descalzo media ciudad para llegar allí. Justamente nosotros, al llegar al templo – que estaba completamente abarrotado de gente, nos despojamos de nuestro calzado y lo dejamos en una sala para turistas, donde estaba vigilado – habría que pagar después una pequeña donación por la vigilancia. También yo tuve que alquilar un pañuelo, el cual había sido usado por cientos de personas antes que yo, pues era necesario entrar al templo con la cabeza cubierta. Boris tenía una bandana, así que pudo usar la suya y Melanie tenía su chal de pashmina.
Procedimos a entrar al templo. Había varias puertas y no era muy claro por dónde cruzar, pero le guía nos condujo a través de una por donde no pasaba mucha gente. Al entrar nos maravillamos con el altar y las columnas revestidas de oro. La gente se encontraba sumida en profunda devoción mientras el guru recitaba ciertos versos. De nuevo en el exterior, vimos dos albercas gigantes de donde la gente tomaba agua con cucharones y se servía en vasos, algunos se bañaban también. El guía nos explicó que hace cientos de años el primer guru del templo había remojado el dedo gordo del pie en esas aguas y, por lo tanto, las aguas de las albercas eran benditas y curaban de todo tipo de enfermedades. Luego el guía nos indicó que hiciéramos una cola para recibir comida sagrada del templo: dudamos un poco, ya que, por fortuna, jamás habíamos tenido problemas con el estómago, algo que todos nos habían asegurado era imposible de evitar en un viaje a la India. Pero era nuestro último día y pensamos que, si nos cayera alguna bacteria, estaríamos ya en Alemania cuando los efectos se empezaran a notar, con atención médica alemana. Así que hicimos nuestra cola: teníamos que caminar lentamente, uno detrás del otro, con las manos juntas en el pecho, abiertas en forma de cuenco, para recibir allí la comida, la cual resultaría ser un grumo de masa dulzona revuelta con leche y cardamomo. El guía nos preguntó: ¿no se sienten limpios después de haberlo ingerido, cómo sus cuerpos reaccionan a lo divino? Para no ofender dijimos que sí.
Después el guía nos conduciría a través de la cocina del templo: completamente industrializada, repleta de máquinas que producían papadams a cada segundo. El guía nos indicó que la comida del templo era para todos y cada quien pagaba lo que quisiera: si no tenías con qué pagar, pues era gratis. Era visto como un honor sentarte a comer en el templo y dar la donación acorde. Una vecina de Melanie era Sikh, así que ella sabía que esa religión era muy pacífica y sus miembros tenían mayor nivel educativo que el resto de los hindúes. Una de las premisas de la religión era el compromiso de defender a los más débiles. Después del tour por la cocina, saldríamos, nos colocaríamos los zapatos y abordaríamos el autobús.
Pronto nos daríamos cuenta que en el autobús no recibiríamos la información particular como él había prometido, sino que el guía hablaba por un micrófono para que todos los turistas le escuchasen. El paseo tampoco sería hop on-hop off, pues bajo nuestro acuerdo, debíamos permanecer sentados durante todo el viaje, ya que al final debíamos pagarle al guía y éste a su vez su tajada al chofer. Así que duramos cuatro horas sentados, viendo todas las atracciones de Delhi sin poder detenernos a tomar una foto. Así vimos India Gate, Rashtrapati Bhavan y Qutb Minar. Al llegar al templo Bahá'í no resistimos más y quisimos descender del vehículo, así que quisimos cancelar la deuda. Debido al tráfico, el chofer no se podía parar por mucho tiempo, así que el guía nos dijo que podíamos bajar pero en la próxima parada. Por ello no vimos al templo en forma de flor de loto, una de las maravillas de la arquitectura moderna. El guía nos condujo a los asientos traseros del autobús, donde efectuamos la transacción. Tras durar unos minutos haciendo un par de anotaciones en una agenda, nos preguntó cuánto le daríamos. Nosotros, que estábamos molestos por la forma en que había resultado el tour, sin paradas, sin fotos, sin información, decidimos dar 500 rupias cada uno, lo cual él aceptó sin mucho reparo. Entonces llegamos a la tumba de Humayun y descendimos del vehículo, no sin antes escuchar cómo el chofer le reclamaba en voz alta al guía, por haber aceptado un pago tan mísero de nuestra parte.
Debido a la hora del día, justo en el atardecer, la luz en la tumba de Humayun era especial y realzaba las sombras y colores del monumento. Sentí mucha tranquilidad allí, después de haber durado toda la tarde sentado escuchando los cornetazos del autobús. La tumba de Humayun era predecesora del Taj Mahal y le había servido de inspiración. Un monumento hermoso.
Al terminar la visita, decidimos coger un Uber hasta el templo de Akshardham, construido en el año 2005, es decir, muy reciente, pero construido siguiendo los preceptos de arquitectura hindú clásica: sin el uso de concreto o acero. La visita nocturna fue impresionante, ya que la iluminación de los relieves, columnas, cúpulas y jardines era espectacular. El centro del templo era sencillamente majestuoso: los mismos intrincados relieves que se encuentran en Ranakpur, pero todo nuevo, intacto, reluciente, todo el edificio construido de esa manera para albergar la dorada estatua de Swaminarayan. Pero lo mejor del templo fue el show acuático, en el cual un juego de fuentes, luces y proyecciones IMAX se unían para deleitar al público y relatar la historia de los dioses hinduistas. Lamentablemente las cámaras fotográficas y teléfonos estaban prohibidos dentro del templo, así que no pude efectuar ninguna grabación de lo visto, pero sin duda fue un espectáculo diseñado para cautivar. Encontré el siguiente video en YouTube, que refleja todo lo que pudimos observar:
Así, con broche de oro, terminó nuestra visita de la India. Melanie diría esa última noche que lo que más le gustó fue la gente, que lo que más nos molestaba del viaje era que a pesar de que los hindúes no tenían muchas posesiones materiales, eran más felices que nosotros. Yo me quedé callado. No comparto su opinión. No creo que se deba confundir abnegación con felicidad. Acerca de la supuesta devoción de los hindúes: no la vi distinta a la de los feligreses de la Guadalupe o de la Divina Pastora. El show acuático de Akshardham me enseñó algo que quizás tenía olvidado y es el hecho que las religiones buscan el asombro. Sin lugar a dudas los hindúes siguen siendo más eficaces en ello, aprovechándose de nuevas tecnologías para montar un espectáculo.
Para culminar, repito que no soy ningún experto en la India. Quise plasmar mis primeras impresiones en forma de diario para comparar mi punto de vista ahora con el que quizás tenga después de leer más a fondo sobre la cultura hindú. Probablemente Boris y yo realicemos otro viaje a la India, hacia otras zonas, explorar más a sus creencias y su manera de pensar. Resultaría injusto o ignorante pensar que en 16 días uno pueda emitir juicios sobre un pueblo y sus costumbres. Yo vivo aquí en Alemania desde hace 8 años y todavía hay cosas que no entiendo 100% de Alemania. Si vamos al caso, soy venezolano y no puedo explicar lo que pasa en mi propio país. Quizás porque tratamos de reducir la realidad humana a la geografía, cuando es algo mucho más grande que eso. Además, nuestras experiencias vienen determinadas por nuestra percepción. Estoy seguro que Melanie tuvo una visión completamente distinta a la mía, sin embargo quise reflejar en este diario un poco de sus pensamientos, los cuales, inevitablemente, serán los pensamientos que yo creo Melanie tiene, será mi perspectiva de la perspectiva de Melanie. El reflejo de un reflejo. Quizás la manera más objetiva de narrar una bitácora sea la de narrar los hechos tal y como son, sin emitir opiniones. Pero, las opiniones son parte de lo sucedido. Todo, incluso su interpretación, es historia.