domingo, 3 de diciembre de 2017

India (VII y VIII)

La "Venecia del Este", así es llamada Udaipur. Los diferentes lagos que se encuentran en la ciudad, sus palacios y construcciones, además de las montañas que enmarcan el paisaje, hacen de Udaipur sin lugar a dudas la ciudad más hermosa de Rajasthan. El séptimo día de nuestro viaje nos dedicamos a descubrir esa ciudad. Era nuestro último día con Rajes, así que la despedida estaba como suspendida en el aire todo el tiempo. En la mañana acudimos a los Jardines de la Reina – Saheliyon-ki-Bari – un espacio de verdor, casi como un jardín botánico, donde plantas de distintas partes del mundo crecían frondosas alrededor de fuentes y estanques. Después Rajes nos condujo al City Palace, donde él no podía estacionarse sino por poco tiempo detenerse. Allí le dimos la propina – decidimos que cada quien daría la propina que la persona decidiera, para evitar discusiones acerca del monto, al final Boris y yo dimos la misma cantidad, Melanie dio un fajo de billetes que no sabemos cuánto fue en total – y nos despedimos, no sin antes intercambiar teléfonos para seguir en contacto. ¿Quizás un viaje a Himachal Pradesh el año siguiente, con Rajes de nuevo como chofer? Un mundo de posibilidades se abría ante nosotros. 



Al llegar al City Palace de Udaipur lo primero que hicimos fue tomar el bote para recorrer el lago Pichola. En el bote había chalecos salvavidas para todos los pasajeros, los cuales tomamos Boris y yo uno para cada uno, pero Melanie no tomó ninguno. Ella era, después de todo, instructora de natación. Así que todos los turistas, menos Melanie, nos sentamos en el bote y navegamos a través de un lago cuyas aguas eran sumamente mansas – no había ningún peligro de naufragio – y nos deleitamos con la arquitectura de las orillas y de las islas. Lo primero que observamos fue el City Palace desde el agua, esta vez desde muy cerca, majestuoso, donde todavía vivía el Lord de Merwar, el señor de la región. Luego vimos al Lake Palace Hotel, situado en una isla en el medio del lago, donde fue filmada "Octopussy", la película de James Bond. 


La siguiente isla que vimos – y en la cual pudimos descender – fue Jag Mandir o Lake Palace Garden. Las hermosas instalaciones y jardines nos invitaron a pasear y pasar una hora en la isla, tomando un café y admirando el paisaje. En aquél momento pensé que los jardines habían sido construidos para los ingleses y su deleite, debido a su parecido con los jardines europeos, pero tiempo después leería que Jag Mandir databa del siglo XVI, mucho antes que el imperio británico conquistara India. Sin embargo el lugar había sido remodelado, como lo demostraba la presencia de distintos faroles a lo largo de las caminerías. 



Al terminar el paseo por el lago, regresamos al City Palace, donde esta vez recorreríamos las distintas habitaciones del palacio. Allí nos dimos cuenta de la magnitud del palacio, de lo formidable de la edificación, de los colores y patrones que adornaban sus suelos, techos y paredes. El calor era, no obstante, agobiante, y pronto la deshidratación me afectó. Decidí sentarme y tomar un poco de agua, en la sombra, mientras observaba a los turistas. Si bien había ciertos europeos, la mayoría de los turistas eran hindúes, lo cual habíamos observado en casi todas partes. El hindú, quizás no todos, pero las clases media y superiores, tenían la capacidad de viajar internamente en su país. Si bien los precios eran distintos – el local pagaba mucho menos que el extranjero – decía que, a pesar de la pobreza que habíamos visto en las otras ciudades de Rajasthan, quizás todo no marchaba tan mal. Dudo que todos los turistas locales que encontramos en el viaje hayan sido ricos o adinerados. Muchos parecían gente normal, familias, queriendo mostrar a sus hijos las bellezas de su país. Tierra de diferencias y contradicciones, en eso se parecía la India a Venezuela.


Tras recorrer el palacio, Boris y yo teníamos hambre y quisimos ir a comer algo. Melanie decidió seguir recorriendo las calles de Udaipur, así que nos separamos. Era la primera vez que nos separábamos, así que aceptamos con cierto nerviosismo. Fuimos a la calle donde la noche anterior habíamos visto al vendedor que conocía a Bill Gates – por supuesto, estaba allí de nuevo, sonriendo, gentil – y entramos a un pequeño restaurante para comer algo ligero. Esta vez occidental –panquecas – pues tras una semana de sólo comida hindú, necesitábamos un descanso. El restaurant tenía aire acondicionado, por lo cual descansamos allí un rato. Después de allí caminamos hacia el hotel, a través de un puente que tenía una especie de compuertas, de lado y lado, para impedir el paso de las vacas. En la esquina encontramos a Melanie, quien se había refugiado en otro restaurante para evitar ser molestada por los extraños en la calle, quienes a cada momento le buscaban conversación.

La tarde la pasamos en la terraza del hotel, a orillas del lago Pichola, hablando sobre los amigos en común que teníamos, sobre la vida en Alemania, nuestras familias. Viajar a veces te da el tiempo necesario para vislumbrar a las cosas desde otro punto de vista. El tiempo libre, la idea de la distancia y el cambio de rutina, obligan a tu cerebro a reorganizarse, a buscar nuevos sentidos y significados. Sin lugar a dudas el viaje me había servido para poner a Berlín en perspectiva. Si bien Berlín es cierto que es una de las ciudades más tolerantes y libres de Europa, tiene sus aspectos negativos, por ejemplo la basura en las calles o la cantidad de pordioseros. Pero esos aspectos negativos son visibles sólo comparados con Munich, donde habíamos vivido por 6 años, una ciudad casi perfecta en lo referente a limpieza y orden. Berlín, comparado con Delhi, o Jaipur, es una ciudad sumamente pulcra y organizada. Incluso la manera de manejar del berlinés resulta civilizada, yuxtapuesta a la del hindú. Por lo tanto decidí dejar de criticar a mi nueva ciudad y admitir que mi perspectiva había estado distorsionada, acostumbrado a la perfección bávara. Todo pudiera ser distinto si acaso yo visitara más a menudo a Venezuela, ahí si pudiera tener todo en perspectiva siempre. Si tan sólo fuera así de fácil.

En la noche acudimos a un pequeño restaurant llamado "Yummy Yoga" en el cual comí pizza y un brownie casero – de nuevo, gustos occidentales. Allí, Melanie y yo jugamos ajedrez, sin olvidar que ese juego es originario precisamente de la India – en aquél entonces, las torres eran elefantes. Tras pagar y despedirnos, el encargado del lugar nos indicó que todas las ganancias del local eran destinadas a proyectos sociales en Rajasthan y nos dio las gracias por haber colaborado con ello. Pensamos que son precisamente esos locales los cuales hay que apoyar.



Al día siguiente nos despertamos muy temprano para tomar el avión hacia Goa. El taxista que habíamos reservado la noche anterior nos pasó recogiendo directamente al hotel – a esas tempranas horas no había problemas con el tráfico. El carro apestaba a una mezcla de garam masala con incienso, pero no teníamos otra opción. El taxista iba hablando por celular todo el camino, lo cual nos  resultó un poco molesto. Peor aún fue cuando, en el medio de la carretera, se detuvo, detrás de otro taxi que estaba allí también estacionado y, sin decir nada, los taxistas intercambiaron autos, con nosotros y nuestro equipaje adentro. Nos sentimos como secuestrados, pero de nuevo, ¿qué podíamos hacer? ¿saltar del vehículo en marcha? comenzamos a hablar con el segundo taxista – nos dimos cuenta que el extraño olor no era del carro, sino del taxista anterior – y pronto caímos en el tema de nuevo de las escuelas, las cuales funcionan en dos turnos en India, ya que la cantidad de niños en edad escolar supera a la capacidad de la infraestructura. Muchos niños, decía el taxista, demasiados. En Europa la mujer le dice al esposo que esta noche no, continuó diciendo, mientras que en la India, la mujer, si el esposo quiere, dice que sí, tras lo cual soltó una carcajada. Volteé para mirar a Melanie, pero ella pareció ignorar absolutamente el comentario.

Debíamos tomar dos vuelos, pues de Udaipur volaríamos a Mumbai, cambiar avión y de ahí a Goa. Pensar que muchos hacían el mismo recorrido en tren, durante 18 horas o más. Desde la ventana del avión pudimos ver la modernidad de Mumbai y sus altos edificios, lástima que no veríamos nada de la ciudad. El vuelo Mumbai-Goa fue corto y sin incidentes. Llegamos al aeropuerto Vasco da Gama a las cuatro de la tarde y allí nos pasaría buscando un chofer del hotel donde pernoctaríamos las siguientes seis noches. La ruta desde el aeropuerto a Palolem – nuestro destino final – eran un par de horas de camino a través de pueblos, junglas y montañas. El paisaje a través del camino era completamente distinto al de Rajasthan. En Goa la vegetación era exuberante, selvática, muy verde. No se veía tanta pobreza como en las otras regiones que habíamos visitado. Yo me sentía como en la carretera de San Felipe a Morón. En el vehículo iba dormido, cansado de tanto viajar. 

Al cabo de dos horas, llegamos a Palolem, mientras todavía había luz del día. Después de dejar todo en la habitación, acudí a la playa y me pude bañar en las cálidas aguas del Mar Arábigo. Finalmente allí nos podríamos relajar y descansar.




No hay comentarios:

Publicar un comentario