sábado, 3 de marzo de 2018

Berlinale 2018

Una vez más, como es costumbre en el mes de febrero, mientras el frío viento invernal sopla por las calles de Berlín, se agolpan las multitudes a entrar a los cines de la capital alemana, no sólo refugiándose de la inclemencia del clima, sino para disfrutar de la oferta de películas que este año trae la Berlinale. El festival berlinés comienza unas semanas después que el no menos famoso festival de Sundance, por lo tanto muchas películas estadounidenses que participan en la competencia, si bien no tienen su première mundial aquí en Berlín, tienen al menos su première europea. El resto de las películas, provenientes de todos los rincones del mundo, sí se estrenan aquí en Berlín. Junto a las películas en competencia por los premios del jurado, también se estrenan películas que no compiten por premio alguno, sino que se consideran dignas compañeras del certamen. Si bien en el festival del año pasado hubo blockbusters como Logan, este año hubo películas de producciones más modestas.

El jurado de este año lo encabezó, como presidente, el cineasta alemán Tom Tykwer, conocido por muchos por su película Lola Rennt (Corre Lola Corre), la cual marcó mi adolescencia de gran manera por su particular narrativa, música techno trepidante y carismáticos personajes. Tykwer y el resto del jurado decidieron este año otorgarle los premios a películas que enseñaran lo que pudiera ser el cine del futuro, resultando que el Oso de Oro se lo llevase la película rumana Touch Me Not, una película mitad ficción mitad documental acerca de la sexualidad. Muchos críticos estuvieron en contra de esta decisión y hubiesen apostado todo su dinero en contra de la ganadora. Cabe destacar que esta película es una first feature – la primera película de la directora. 



Pero ahora quiero presentarles las películas que tuve el placer de ver – si bien en algunas la experiencia fue más placentera que en otras. Primero hablaré de aquellas que fueron presentadas fuera de competencia. Una de ellas fue Das schweigende Klassenzimmer (El aula silenciosa), dirigida por Lars Kraume, reconocido director alemán. Basada en hechos reales, trata sobre un grupo de jóvenes en el último año del liceo en la RDA (Alemania del Este) que deciden guardar un minuto de silencio en honor a los caídos en la revolución húngara de 1956. La acción es vista como una protesta política y tiene graves consecuencias para los jóvenes y sus familias. La película se une a la larga lista de obras que estudian la oscura, triste e impresionante historia de Alemania durante el siglo XX y, sin embargo no deja de traer nuevas perspectivas al espectador, ya que sus protagonistas son jóvenes menores de 20 años, una edad que entra de por sí en conflicto con la autoridad, más aún en un país totalitario. Otro de los detalles de la película es que el totalitarismo no sólo era a nivel del Estado, sino en la familia, por ejemplo. 



La otra película fuera de competencia que vi fue The Bookshop (La Librería), de Isabel Coixet, directora catalana que generalmente filma con actores de habla inglesa. Trata sobre una viuda – Florence Green, interpretada por Emiliy Mortimer – que decide abrir una librería en un pueblo costero de Inglaterra, donde aparentemente nadie lee excepto un hombre viejo y ermitaño – Mr. Brundish, interpretado por Bill Nighy – con el cual entabla amistad. La mujer se enfrenta pronto a los intereses de una de las mujeres ricas del pueblo, quien tenía otras intenciones para la casa donde se abrió la librería. Es la primera película de Coixet que veo, así que no he seguido su obra o su trayectoria y, francamente, quedé decepcionado. Coixet no es sólo directora sino que también es la encargada de la cinematografía de sus películas, por lo cual, ella misma es la culpable de malos encuadres de la cámara – en una escena, la protagonista está hablando y sólo podemos ver su rostro de su quijada hacia arriba: ¿qué clase de toma es esa?. En otra escena, la cámara toma un ángulo oblicuo y desde arriba de una conversación, un ángulo propio de distopías o películas de ciencia ficción, pero que en este caso, acompañado de un diálogo no muy rico, causa es sencillamente dudas y preguntas en el espectador. Si bien la película es basada en un libro de Penelope Fitzgerald, en el cual quizás el mensaje sea reflejar las maldades de las comunidades pequeñas inglesas y cómo la sociedad puede destruir los sueños de mujeres emprendedoras, no creo que la película sea exitosa en transmitir ese mensaje. La historia tenía potencial: quizás, por gustos particulares, estaba esperando una película feel-good, como Chocolat de Lasse Halström. ¿Por qué no hacer una historia sobre cómo la llegada de una librería a un pueblo cambia la vida de sus habitantes, los hace descubrir el mundo de la literatura y enriquece el día a día? No, la película se reduce a la amistad de Florence y Mr. Brundish, nadie más se ve afectado. Hay también contradicciones: la niña que ayuda a Florence, repite varias veces durante la película que no le gusta leer, nunca vemos su desarrollo así que para el espectador ella sigue siendo una no-lectora hasta el final, cuando vemos que años después ella también abre una librería. ¿Se puede abrir una librería sin que a uno le guste leer? ¿Cuándo cambió de opinión? ¿Por qué? Por todas estas deficiencias y contradicciones sigo sin entender cómo una película tan mediocre pudo haber ganado tantos Goya: pero ya estamos acostumbrados a que los premios españoles se los den a cualquier cineasta español que haga una película en inglés, como si eso fuera un signo de calidad.

Ahora entro a la sección de películas en competencia. De 25 películas participantes, por motivos de tiempo sólo pude ver 5. De estas 5 he creado mi escala particular y me referiré a ellas de acuerdo al orden que ocupan en esta escala, la cual es completamente personal y subjetiva.



5. Eva (Benoît Jacquot): esta película está colocada en el lugar 5 pues sólo hay 5. Trata sobre un gigoló que contaba entre sus clientes a un dramaturgo y, al presenciar la muerte de éste, decide robar su obra inédita y publicarla bajo su propio nombre. El joven se hace famoso, pero pronto surgen los problemas pues sus editores esperan la siguiente obra de teatro y el joven no puede escribir. Mientras hace un tour con la compañía de teatro, conoce a Eva, una prostituta de primera clase que pronto lo seduce. Por el tema, vemos que es una película más bien sórdida – los protagonistas son un gigoló y una prostituta, aún así no hay ninguna escena de sexo. Sin embargo, es poco creíble que un gigoló pueda hacerse pasar por dramaturgo sin despertar sospechas de sus camaradas. El punto de partida es poco creíble, pero aún aceptándolo, la película deambula entre secretos y mentiras hasta que, como era de esperar, todo se destruye. Tengo sentimientos encontrados con respecto a la actuación de Isabelle Huppert, quien interpreta a Eva. ¿Hasta cuándo la Huppert va a seguir actuando en estos roles de femme fatale, devoradora de hombres, obsesionada del sexo? Recuerdo hace 18 años me impresionó su actuación en La Pianiste de Haneke, su frialdad sobre todo. El año pasado también en Elle de Verhoeven, sus gestos, la crueldad que transmite su mirada y entonación de las palabras, fueron dignas de admiración. Pero ver una vez más a los mismos gestos, la misma frialdad, empieza a cansar. Pienso que la Huppert debe cambiar de personajes para refrescar la imagen que tenemos de ella.



4. Figlia Mia (Laura Bispuri): esta película, filmada con estilo naturalista, de cámara en mano, persiguiendo a las actrices a través de la costa sarda, nos revela al cine italiano contemporáneo y su vena realista heredada de De Sica. La trama bien puede ser tomada de un cuento de Rómulo Gallegos: en un pueblo de Cerdeña, una niña, Vittoria, vive feliz, si bien un poco ostracizada por sus compañeros de clase, con su madre – interpretada de manera magistral por Valeria Golino – y su padre. La vida de todos cambia el momento que la niña se encuentra con una mujer del pueblo de vida irresoluta – interpretada igualmente de manera magistral por Alba Rohrwacher – y comienza a surgir una amistad entre ellas. Sin revelar muchos detalles de la trama, a pocos minutos de comenzar el film el espectador se da cuenta que las mujeres guardan un secreto, un pacto que la niña también descubre y desencadena una serie de eventos. Aparte del naturalismo de la película, que le confiere una característica casi documental, lo mejor de la película son las actuaciones. La fiereza de los ojos azules de Golino es algo que el espectador no puede ignorar. Su resolución de madre responsable y amorosa es perfectamente personificada. En cuanto a Rohrwacher, nos da una actuación compleja, vulnerable, de la cual sentimos en un momento lástima, en otro disgusto, siempre patética. Un duelo de actuaciones de las que son, sin duda, las mejores actrices de Italia en estos momentos.



3. Museo (Alonso Ruizpalacios): justa ganadora del Oso de Plata a mejor guión, la película mexicana protagonizada por Gael García Bernal y Leonardo Ortizgris, es una película sobre criminales que de profesionales tenían muy poco. Trata sobre unos amigos de clase media que deciden robar el tesoro maya de Pakal del museo arqueológico de Ciudad de México. Impresionantemente lo consiguen y el resto de la película es su recorrido por México tratando de vender las reliquias o huir de la policía. Heist movie con la estructura de una road movie, el humor mexicano sale a flote con los diálogos ocurrentes y rápidos, a menudo existenciales, como si se tratase de una película de Tarantino pero sin tomarse tanto en serio. Cabe destacar que la historia es, aunque usted no lo crea, basada en hechos reales, una historia de la cual el propio Gabriel García Márquez quiso escribir una novela, pero renunció al proyecto debido a su indignación con los personajes involucrados, puesto que, para el autor, eran una vergüenza para Latinoamérica. La película, filmada con cinematografía impecable, tiene carácter casi universal: lo importante es el novatazgo de los ladrones, su imbecilidad, su mala suerte. La película nos otorgó con escenas inolvidables: el robo en sí, en el cual los ladrones en completo silencio extraen las reliquias del museo, o también el momento en que ellos creen perder las piezas en Acapulco para encontrarlas en la playa en manos de unos niños que jugaban con ellas en la arena. Entretenimiento de alto nivel.



2. Isle of Dogs (Wes Anderson): la película que inauguró el festival y la que generó más expectativas ya que era el autor más reconocido de los participantes en esta edición. Pues las expectativas fueron cumplidas, pues la película es una obra maestra de la animación. La historia es ambientada en el futuro en un Japón superpoblado en el cual, por miedo a enfermedades, todos los perros son exiliados a una isla que funcionaba como vertedero de basura. Un niño, cuyo perro es también exiliado, decide viajar hasta la isla y buscarlo. En su misión, un grupo de canes, cada uno con su propia personalidad, le ayudan. Como todas las películas de Wes Anderson, son los detalles los que hacen la película: por ejemplo el hecho de que todos los perros hablan en inglés mientras que los humanos en japonés, las pequeñas placas que cada perro tenía colgado de su cuello con sus nombres escritos en ellas, las voces de los perros interpretadas por actores como Bryan Cranston, Edward Norton, Bill Murray, Jeff Goldblum, Liev Schreiber, Scarlett Johannson, F. Murray Abraham y Tilda Swinton. Wes Anderson ganó de manera polémica el Oso de Plata a Mejor Dirección, digo polémica puesto que para muchos una película animada tiene menos mérito que una película rodada. Pero es indudable que Isle of Dogs lleva el sello de Wes Anderson: incluso la cámara es colocada en el mismo sitio, con el mismo enfoque y movimiento que en sus películas con humanos como por ejemplo The Royal Tenenbaums o The Grand Budapest Hotel. Las películas animadas sí que necesitan dirección, ¿cómo no reconocer por ejemplo a Miyazaki o a Lasseter? Otra de las virtudes de la película es su música: percusión japonesa que le otorga un dramatismo a cada una de las escenas. En fin, una película para ser vista una y otra vez y disfrutar de esos detalles andersonianos.



1. Las herederas (Marcelo Martinessi): esta película paraguaya, mi ganadora sentimental del Oso de Oro – y no sólo mía sino de muchos de los críticos profesionales – resultó la sorpresa más grata del festival. Un delicado estudio de caracteres, la película trata sobre una pareja lesbiana en las cuales los roles están bien definidos: Chela (interpretada por Ana Brun), es introvertida y de vena artística, Chiquita (interpretada por Margarita Irún) es extrovertida y provee el dinero al hogar. Sus existencias parecen estar bien definidas hasta que Chiquita es enviada a la cárcel por deudas. Esto le permite a Martinessi a hacer un análisis a múltiples niveles: de cómo Chela es capaz de sobrevivir sola, enfrentar a la realidad, tomar el trabajo de taxista y resistir a las tentaciones. También de cómo funciona la clase media alta paraguaya, con sus riquezas venidas a menos y sin embargo intenta mantener sus pretensiones. Otro análisis es el estado de las cárceles en Paraguay: cómo viven las presas, cómo transcurre la vida allí. La mirada que se ofrece en esta película es de alguien que conoce muy bien la realidad latinoamericana pero que es lo suficientemente capaz de abstraerse y mirar desde afuera. Martinessi había participado en años anteriores en Berlinale Talents, una clase de incubadora de talentos para el festival. Es grato recibirlo de vuelta, esta vez con una mirada muy madura. La película ganó el Oso de Plata a mejor actriz para la fantástica Ana Brun, quien encarnó con sobriedad, dignidad y todos los matices que se requería, el personaje de Chela. Las Herederas también ganó el Alfred Bauer Prize que se lo llevan "películas que ofrecen una nueva perspectiva cinematográfica". Es sin duda una película que abre los caminos para futuras películas latinoamericanas, una región del mundo que necesita historias y contar historias, hoy más que nunca. 

sábado, 30 de diciembre de 2017

India (el último día)

El último día – completo – en India nos encontramos de nuevo en Delhi, la contaminada y congestionada ciudad que nos había dado la bienvenida 15 días antes. En el hotel averiguamos la posibilidad de hacer un tour que nos llevase a distintas partes de la ciudad en el menor tiempo posible. La mejor alternativa resultó ser un autobús hop on-hop off que se podía coger cerca de Connaught Place. Así que decidimos caminar hasta la parada, a pesar de que eso significaba atravesar toda la plaza – y encontrarse con todos los personajes que te quieren vender algo, tomarse una foto contigo o indicarte un lugar donde se consiguen las mejores ofertas. No caminamos 100 metros hasta que la primer persona se nos acercó para indicarnos un bazar de textiles hindúes. Yo enseguida lo ignoré y me enojé, pues: primero, era el mismo bazar que habíamos visitado hace 15 días, segundo, el hombre que nos daba la información era – estoy seguro de ello – el mismo que nos habíamos encontrado en la tienda de té helado la vez pasada, pero esta vez contaba una historia diferente, que trabajaba en el hotel donde nos quedábamos y otros relatos más. Me obstiné y seguí caminando, a pesar de que Melanie quería seguir hablando con él. Luego más adelante no estábamos seguros a dónde ir y cometimos el error de abrir el mapa. Fue como un llamado de auxilio en la selva: enseguida se nos acercaron dos hombres, para "ayudarnos". Yo los rechacé con un gesto de la mano, entonces Melanie me reclamó: warum seid ihr so schlecht drauf? (¿por qué están de tan mal humor?). Para no entrar en conflicto, dije: está bien, dejemos que nos ayuden a ver qué cosa buena sale. En efecto, no nos ayudaron en lo absoluto: nos dijeron que los autobuses hop on-hop off no funcionaban hoy porque era feriado y que en cambio podíamos ir a un bazar, si los seguíamos a través de esta calle por aquí detrás. Melanie misma tuvo que decir no, thank you y seguimos nuestro camino, pues yo a través del smartphone ya había localizado el sitio. Allí se hallaban los autobuses, funcionando, pues a pesar de que sí era feriado, estaban trabajando.

Al llegar a la parada nos dimos cuenta que no había ninguna taquilla o caja donde comprar los tickets. Allí estaban solamente los choferes, esperando que fuera la hora justa para salir con el autobús de turno, los cuales estaban estacionados uno detrás del otro en la calle. Cuando le preguntamos al chofer cuánto costaba nos dijo: 1000 rupias por persona. Nos miramos la cara: en la página web aparecía que costaba sólo 700 rupias y así se lo mostramos, pues teníamos la prueba en nuestros teléfonos. Entonces él dijo: está bien, 900 rupias. ¿Cómo entenderlos? No sabíamos qué hacer, si era posible comprar por internet el ticket y ahorrarnos la discusión con el chofer, si hacer alguna otra actividad y, mientras discutíamos, se nos acercó un joven, de unos veinticinco años, alegando ser guía  turístico de la compañía de autobuses. Tenía la identificación en regla y parecía conocer a los choferes, así que pensamos darle una oportunidad. Él nos ofreció un tour particular, en el cual nos contaría todo lo que nosotros quisiéramos, al precio que nosotros considerásemos justo, lo podíamos pagar al finalizar el tour. Si cogíamos el tour ahora mismo con él, nos llevaría incluso antes al templo Sikh que se encontraba muy cerca, para luego abordar al autobús y seguir el paseo por toda Delhi. La oferta parecía razonable y decidimos aceptar.

Una vez dijimos que sí, el joven nos pidió que lo esperáramos un minuto. Se marchó y volvió poco tiempo después, pero había algo distinto en él: ahora estaba descalzo. Comenzamos a caminar, a través de las no muy limpias calles de Delhi hasta llegar al templo Sikh – pero tuve que preguntarle, ¿por qué estás descalzo? y me respondió que por respeto al templo. Lo cual me extrañó, pues todos los templos que nos habíamos encontrado tenían un pequeño estante en el cual se podían dejar los zapatos, no había que cruzar descalzo media ciudad para llegar allí. Justamente nosotros, al llegar al templo – que estaba completamente abarrotado de gente, nos despojamos de nuestro calzado y lo dejamos en una sala para turistas, donde estaba vigilado – habría que pagar después una pequeña donación por la vigilancia. También yo tuve que alquilar un pañuelo, el cual había sido usado por cientos de personas antes que yo, pues era necesario entrar al templo con la cabeza cubierta. Boris tenía una bandana, así que pudo usar la suya y Melanie tenía su  chal de pashmina. 

Procedimos a entrar al templo. Había varias puertas y no era muy claro por dónde cruzar, pero le guía nos condujo a través de una por donde no pasaba mucha gente. Al entrar nos maravillamos con el altar y las columnas revestidas de oro. La gente se encontraba sumida en profunda devoción mientras el guru recitaba ciertos versos. De nuevo en el exterior, vimos dos albercas gigantes de donde la gente tomaba agua con cucharones y se servía en vasos, algunos se bañaban también. El guía nos explicó que hace cientos de años el primer guru del templo había remojado el dedo gordo del pie en esas aguas y, por lo tanto, las aguas de las albercas eran benditas y curaban de todo tipo de enfermedades. Luego el guía nos indicó que hiciéramos una cola para recibir comida sagrada del templo: dudamos un poco, ya que, por fortuna, jamás habíamos tenido problemas con el estómago, algo que todos nos habían asegurado era imposible de evitar en un viaje a la India. Pero era nuestro último día y pensamos que, si nos cayera alguna bacteria, estaríamos ya en Alemania cuando los efectos se empezaran a notar, con atención médica alemana. Así que hicimos nuestra cola: teníamos que caminar lentamente, uno detrás del otro, con las manos juntas en el pecho, abiertas en forma de cuenco, para recibir allí la comida, la cual resultaría ser un grumo de masa dulzona revuelta con leche y cardamomo. El guía nos preguntó: ¿no se sienten limpios después de haberlo ingerido, cómo sus cuerpos reaccionan a lo divino? Para no ofender dijimos que sí.



Después el guía nos conduciría a través de la cocina del templo: completamente industrializada, repleta de máquinas que producían papadams a cada segundo. El guía nos indicó que la comida del templo era para todos y cada quien pagaba lo que quisiera: si no tenías con qué pagar, pues era gratis. Era visto como un honor sentarte a comer en el templo y dar la donación acorde. Una vecina de Melanie era Sikh, así que ella sabía que esa religión era muy pacífica y sus miembros tenían mayor nivel educativo que el resto de los hindúes. Una de las premisas de la religión era el compromiso de defender a los más débiles. Después del tour por la cocina, saldríamos, nos colocaríamos los zapatos y abordaríamos el autobús.

Pronto nos daríamos cuenta que en el autobús no recibiríamos la información particular como él había prometido, sino que el guía hablaba por un micrófono para que todos los turistas le escuchasen. El paseo tampoco sería hop on-hop off, pues bajo nuestro acuerdo, debíamos permanecer sentados durante todo el viaje, ya que al final debíamos pagarle al guía y éste a su vez su tajada al chofer. Así que duramos cuatro horas sentados, viendo todas las atracciones de Delhi sin poder detenernos a tomar una foto. Así vimos India Gate, Rashtrapati Bhavan y Qutb Minar. Al llegar al templo Bahá'í no resistimos más y quisimos descender del vehículo, así que quisimos cancelar la deuda. Debido al tráfico, el chofer no se podía parar por mucho tiempo, así que el guía nos dijo que podíamos bajar pero en la próxima parada. Por ello no vimos al templo en forma de flor de loto, una de las maravillas de la arquitectura moderna. El guía nos condujo a los asientos traseros del autobús, donde efectuamos la transacción. Tras durar unos minutos haciendo un par de anotaciones en una agenda, nos preguntó cuánto le daríamos. Nosotros, que estábamos molestos por la forma en que había resultado el tour, sin paradas, sin fotos, sin información, decidimos dar 500 rupias cada uno, lo cual él aceptó sin mucho reparo. Entonces llegamos a la tumba de Humayun y descendimos del vehículo, no sin antes escuchar cómo el chofer le reclamaba en voz alta al guía, por haber aceptado un pago tan mísero de nuestra parte.

Debido a la hora del día, justo en el atardecer, la luz en la tumba de Humayun era especial y realzaba las sombras y colores del monumento. Sentí mucha tranquilidad allí, después de haber durado toda la tarde sentado escuchando los cornetazos del autobús. La tumba de Humayun era predecesora del Taj Mahal y le había servido de inspiración. Un monumento hermoso.


Al terminar la visita, decidimos coger un Uber hasta el templo de Akshardham, construido en el año 2005, es decir, muy reciente, pero construido siguiendo los preceptos de arquitectura hindú clásica: sin el uso de concreto o acero. La visita nocturna fue impresionante, ya que la iluminación de los relieves, columnas, cúpulas y jardines era espectacular. El centro del templo era sencillamente majestuoso: los mismos intrincados relieves que se encuentran en Ranakpur, pero todo nuevo, intacto, reluciente, todo el edificio construido de esa manera para albergar la dorada estatua de Swaminarayan.  Pero lo mejor del templo fue el show acuático, en el cual un juego de fuentes, luces y proyecciones IMAX se unían para deleitar al público y relatar la historia de los dioses hinduistas. Lamentablemente las cámaras fotográficas y teléfonos estaban prohibidos dentro del templo, así que no pude efectuar ninguna grabación de lo visto, pero sin duda fue un espectáculo diseñado para cautivar. Encontré el siguiente video en YouTube, que refleja todo lo que pudimos observar:


Así, con broche de oro, terminó nuestra visita de la India. Melanie diría esa última noche que lo que más le gustó fue la gente, que lo que más nos molestaba del viaje era que a pesar de que los hindúes no tenían muchas posesiones materiales, eran más felices que nosotros. Yo me quedé callado. No comparto su opinión. No creo que se deba confundir abnegación con felicidad. Acerca de la supuesta devoción de los hindúes: no la vi distinta a la de los feligreses de la Guadalupe o de la Divina Pastora. El show acuático de Akshardham me enseñó algo que quizás tenía olvidado y es el hecho que las religiones buscan el asombro. Sin lugar a dudas los hindúes siguen siendo más eficaces en ello, aprovechándose de nuevas tecnologías para montar un espectáculo.

Para culminar, repito que no soy ningún experto en la India. Quise plasmar mis primeras impresiones en forma de diario para comparar mi punto de vista ahora con el que quizás tenga después de leer más a fondo sobre la cultura hindú. Probablemente Boris y yo realicemos otro viaje a la India, hacia otras zonas, explorar más a sus creencias y su manera de pensar. Resultaría injusto o ignorante pensar que en 16 días uno pueda emitir juicios sobre un pueblo y sus costumbres. Yo vivo aquí en Alemania desde hace 8 años y todavía hay cosas que no entiendo 100% de Alemania. Si vamos al caso, soy venezolano y no puedo explicar lo que pasa en mi propio país. Quizás porque tratamos de reducir la realidad humana a la geografía, cuando es algo mucho más grande que eso. Además, nuestras experiencias vienen determinadas por nuestra percepción. Estoy seguro que Melanie tuvo una visión completamente distinta a la mía, sin embargo quise reflejar en este diario un poco de sus pensamientos, los cuales, inevitablemente, serán los pensamientos que yo creo Melanie tiene, será mi perspectiva de la perspectiva de Melanie. El reflejo de un reflejo. Quizás la manera más objetiva de narrar una bitácora sea la de narrar los hechos tal y como son, sin emitir opiniones. Pero, las opiniones son parte de lo sucedido. Todo, incluso su interpretación, es historia.

viernes, 29 de diciembre de 2017

India (el penúltimo día)

Antes de volar a Delhi, de donde regresaríamos a Berlín, tuvimos una parada en Vasco da Gama, la ciudad más grande de Goa y donde queda situado el aeropuerto. Allí asistimos a un curso de comida típica hindú, el cual se lo habíamos dado Boris y yo de regalo a Melanie por su cumpleaños, que había sido el pasado septiembre.

El curso sería no en un local, sino en una casa particular, la de la instructora del curso, en cuyo patio se había instalado una amplia cocina de gas, accesible de lado y lado, con mesas de trabajo, utensilios de cocina, especias y fregadero. La instructora, Rita, una simpática mujer de unos cincuenta años, originaria de Goa, se expresaba en perfecto inglés y nos contó su historia: había trabajado toda su vida como contadora en las aduanas de Vasco da Gama, cuando realmente esa no era su pasión, hasta que un día decidió hacer lo que a ella de verdad le gustaba: cocinar. De allí surgió la idea de hacer cursos de cocina típica de Goa para extranjeros y turistas que estuviesen de visita en la región. Los cursos estaban promocionados en una página web y eran fácil de ser encontrados a través de TripAdvisor.

Rita nos recibió con un chai y un desayuno típico hindú, compuesto de tomate asado, pan bhatoora, chutney de coco, curry, cambur manzano y dosas rellenas de verduras guisadas. Hasta ahora, si bien nuestro viaje había sido también culinario, nos habíamos mantenido al margen de los desayunos típicos hindúes y preferíamos los desayunos continentales que ofrecían los hoteles. Los desayunos hindúes son cargados de sabores y condimentos, lo cual puede ser extraño al paladar europeo, pero lo bueno es que son ligeros, ya que son en su mayoría vegetarianos. Lo cierto es que la combinación de sabores nos resultó esta vez deliciosa, quizás porque ya nos habíamos acostumbrado tanto a la comida y reconocíamos los distintos matices del sabor y cómo se juntaban en la boca. 




Junto con nosotros había dos chicas suizas, de Zürich, que también participaban como alumnas del curso. Las chicas eran mucho menores que nosotros, apenas diecinueve o veinte años y habían sido enviadas a la India por su universidad para hacer un curso sobre desarrollo socioeconómico. Mientras nosotros estábamos terminando nuestro viaje   ellas apenas lo empezaban, pero no tendrían mucho tiempo para visitar ciudades ya que tenían que asistir a ciertos cursos y lecciones. Acompañando a Rita estaban tres chicas, de la misma edad que las chicas suizas, quienes hacían toda la labor de lavar y pelar las frutas y verduras, cortarlas, mantener todo limpio. 

Después del desayuno acudimos todos los asistentes del curso, en compañía de Rita y una de las empleadas, hacia el mercado de Vasco da Gama a comprar los ingredientes que usaríamos en nuestro menú. El mercado era distinto al bazar de Jodhpur: era un mercado principalmente de comestibles, de verduras y especias. Rita iba de puesto en puesto enseñando los distintos ingredientes y todos los sabores, olores y texturas que Goa podía ofrecer. Reconocí muchas cosas que había en Venezuela también: tamarindo, guayaba, níspero, chirimoya, pero también descubrí otras que jamás había visto: hojas verdes de curry, drumstick o moringa, ají de Kashmir y semillas de mostaza. A veces Rita nos explicaba para qué era usado el ingrediente, otras ella trataba de que la empleada misma participara más, pero la pobre chica no se sabía expresar muy bien en inglés y era tímida por naturaleza, por lo cual la chica recibió los regaños de Rita. Melanie comentaría más tarde lo condescendiente y dominante que era Rita con la empleada, quien no tenía la culpa de no haber recibido educación suficiente y ahora tenía que lidiar con turistas extranjeros en una lengua que no era la suya. Si bien en el momento nos sentimos apenados, pues el regaño fue fuerte y lo hizo delante de todos, pensé también que quizás Rita no lo hacía para avergonzarla sino para presionarla a ser mejor. No puedo negar que me cayó muy bien Rita, pues era una mujer educada, culta, que si bien no había viajado nunca a Europa, sabía cómo entenderse con europeos. Defendía su cultura – decía que Goa era la mejor región de la India, en cuanto a gastronomía, economía y educación, lo cual se debía sobre todo al dominio portugués – y transmitía pasión por todo lo que enseñaba. A resumidas cuentas un espíritu emprendedor. ¿Cómo lidiar con personal de inferior educación? En Alemania existe una grande y numerosa clase media, educada, que forma el grueso de la mano de obra del país. En otros países la clase media es muy pequeña y son las clases más pobres quienes hacen la mayor parte de las faenas, poco productivas y monótonas. En el fastidio con que Rita reprochaba a la empleada reconocí el mismo fastidio que a veces mi papá usaba al hablar de sus trabajadores. Lo más probable es que Rita debió haber hecho el reclamo aparte, lejos de nuestra presencia.

Yo mismo fui amonestado por Rita: quería comprar dulces en el mercado, como equivalentes a los dulces criollos venezolanos y ella lo impidió, diciendo que muchos de esos dulces eran hechos con leche no pasteurizada y que no se sabía desde cuándo estaban allí, pasada su fecha de expiración. Así que no pude comprar ningún dulce fresco, sólo unas galletas industriales, empaquetadas, similares a las polvorosas venezolanas: exquisitas.

Los ingredientes que compramos fueron muy pocos. Ya casi todo había sido comprado antes por Rita. Al volver a la casa, nos dimos cuenta que las empleadas que se quedaron, habían picado todas las verduras para que nosotros solamente cogiéramos un puñado y echáramos en el sartén. Así que empezamos a "cocinar", si se puede llamar cocinar a prender la hornilla, echar los ingredientes en el orden que te es dicho y esperar, pues hasta ellas revolvían la comida y mantenían el correcto nivel de la llama por nosotros. Tengo que reconocer que sí aprendimos algo, como por ejemplo "siempre esperar que las semillas de mostaza exploten, luego bajar la llama" o "primero las semillas de mostaza, luego las de comino", fueron mantras que Rita repitió durante todo el curso. Nos dimos cuenta que una pasta de ajo y jengibre era el gran secreto de la comida hindú, pues muchos platos llevaban algo de esa pasta, de sabor fuerte y delicioso. También que el vinagre de coco era un ingrediente primordial de la cocina de Goa, en especial para hacer los exquisitos vindaloo o salsa de vino con ajo. Entre los platos que hicimos fue empanaditas de camarón con queso cheddar, mattar paneer (requesón con guisantes), pollo al cilantro, tomates rellenos, pez espada y camarones en curry. 

Al terminar de cocinar, nos sentamos a comer – claro estaba, Rita y nosotros, las empleadas se mantuvieron de pie todo el tiempo. Todo estuvo delicioso. Mis platos favoritos fueron las empanaditas y el pollo, si bien yo había cocinado el mattar paneer. Mientras comíamos Rita nos habló más de las costumbres de la India, como por ejemplo que su esposo y sus hijos eran hindúes, así que ella, al ser cristiana, era la única en la casa que podía comer carne de res. También hablamos sobre la similitud entre la cocina venezolana y la hindú, sobre cómo usábamos nosotros los ingredientes y nos dimos cuenta del gran intercambio cultural que existió durante la época de la colonia: los mangos de la India cruzaron medio mundo para llegar a Venezuela, mientras que la papa, los ajíes y tantas cosas más habían venido de América en el sentido opuesto. Por lo tanto, los beneficiados en el intercambio cultural no habían sido solamente las metrópolis, sino también las colonias habían salido ganando en materia gastronómica.

Tras terminar de comer, nos dirigimos al aeropuerto y volamos de regreso a Delhi, esta vez sin escalas. Llegamos al mismo hotel que nos recibió el primer día, en el cual dormiríamos dos noches antes de volver a Berlín. El curso de cocina había sido una de las mejores experiencias del viaje.

India (los días en Goa)

Palolem es, sin duda, uno de esos lugares mágicos, donde la conjunción de mar, tierra y sol generan un espectáculo encantador. Nos habían recomendado ir al sur de Goa, pues el norte era muy comercial y seguimos ese consejo. Goa – y, en extensión, la India entera – era un destino casi místico hasta hace unos años, pero la comercialización, la globalización y todos esos procesos que ocurren a gran escala en el mundo entero habían cambiado el carácter de los sitios, vuelto a sus habitantes más cínicos, a sus visitantes más codiciosos. Pero Palolem parecía haber escapado esa suerte – al menos así nos lo vendieron – podías encontrar aquí tu pedazo de paz, de nirvana, sin pagar mucho por ello.

La playa definitivamente no era un secreto, ya que a orillas del mar, bajo la sombra de los cocoteros, se erguía una hilera de hoteles, en uno de los cuales Boris, Melanie y yo nos hospedamos. No obstante, estos hoteles pertenecían a la llamada arquitectura sustentable: estaban hechos de materiales de reciclaje y, todos los años, después del monzón, eran construidos para dar la bienvenida a la temporada alta, durante los meses de invierno, cuando no llovía – o al menos llovía muy escasamente – en esa parte de la India. En abril o mayo, justo antes de comenzar las lluvias, eran de nuevo desmontados y desensamblados en sus distintas partes, para mantenerlas secas. Los materiales de los que estaban hechos los hoteles eran paneles de fibras de coco, hojas de palma, madera y alguna que otra porción de plástico para garantizar la impermeabilidad, por ejemplo en la ducha del baño.


El hotel donde nos quedamos contaba con dos restaurantes: el principal, donde eran servido los desayunos y las cenas, y un bar llamado Tapas, donde podías sentarte durante todo el día, tomar cerveza o algún cóctel y disfrutar de pasapalos y comidas sencillas. El bar Tapas sería mi lugar favorito de las vacaciones, ya que contaba con muebles muy cómodos y al estar justo en la playa, podías contemplar el mar mientras te refugiabas del duro sol tropical. Así el transcurrir de nuestros días consistía en desayunar en el restaurante principal – un buffet muy modesto, compuesto de rebanadas de pan blanco, mantequilla, mermelada, papas sazonadas con cúrcuma y frutas tropicales, acompañado de café negro colado o chai – para luego darnos un baño en la playa hasta eso de las 12 del mediodía, cuando el calor nos obligaba ir a Tapas. Allí estábamos, conversando, leyendo, hasta las cuatro de la tarde, cuando volvíamos a la arena y seguíamos un rato más en el sol y en el agua hasta el anochecer. Después venía la cena, que siempre era en algún restaurante de la playa y luego otra vez en Tapas hasta las 12 de la noche, cuando apagaban las luces y el bar era "cerrado". Lo digo entre comillas, pues el bar no tenía puertas. Había un servicio de seguridad – sólo un hombre – que deambulaba por el hotel vigilando las instalaciones, pero Tapas era cuidado por el personal que allí dormía: todas las noches, después que nosotros nos íbamos a nuestra habitación – siempre éramos los últimos – un grupo de cuatro o cinco trabajadores del hotel juntaban los muebles del bar y construían allí sus camas. A las siete de la mañana no había rastro de ellos, así que dormían alrededor de seis horas, sin tener una habitación particular, sin privacidad, sólo el descanso que ofrecían los cojines de los muebles sobre los cuales los culos de los turistas sudaban durante todo el día.

En general, el personal del hotel era muy amigable, los mejores que encontramos en la India. Siempre conversamos con uno de los mesoneros del restaurante principal, de tez morena y dientes blancos como el marfil, quien siempre nos recibía atentos para el desayuno. Rápidamente memorizó nuestros nombres – en cambio, nosotros ya hemos olvidado el suyo – y entramos en confianza. Nos contó que era de Nepal, que la gran mayoría de las personas que trabajaban en Goa no eran de allí, sino venían de otro sitio de la India o de Asia. Su meta era ir a Canadá, pues allá podía ganar más dinero. Una noche nos ofreció feni, licor a base de merey, el cual sabía a puro schnaps. Feni y la cerveza Kingfisher fueron nuestras bebidas fundamentales en Goa. 



La lectura de las vacaciones, la cual todavía no he culminado, fue Midnight's Children de Salman Rushdie. El escritor hindú es mejor conocido por el infame The Satanic Verses (Los Versos Satánicos), por el cual el ayatollah de Irán proclamó una fatwa: se ofreció un botín para cualquiera que asesinara a Rushdie, por haber sido blasfemo al Islam. Midnight's Children es un libro perteneciente al realismo mágico, género que pensé era único de Latinoamérica, pero al parecer ha sido ya agotado en otras literaturas. Disfruté de las páginas en el calor de Palolem y me asombré de lo rica que era su trama: elementos del cómic estadounidense (X-Men me vino a la mente), junto a un estudio de la historia contemporánea de la India. La literatura hindú es muy rica. También Occidente ha escrito numerosos volúmenes acerca de la India. En Palolem existen dos librerías, en la cual encontramos diversos libros acerca de la India o escritos por autores hindúes, algunos de los cuales ya poseía y otros no: 
  • una colección de cuentos de Rabindranath Tagore,
  • Heat and Dust, de Ruth Prawer Jhabvala,
  • A Suitable Boy, de Vikram Seth,
  • Saraswati Park, de Anjali Joseph,
  • A Search In Secret India, de Paul Brunton,
  • The Idea of India, de Sunil Khilnani,
  • No Full Stops In India, de Mark Tully,
  • The Last Mughal, Nine Lives y City of Djinns, de William Dalrymple,
  • Indien: ein Länderproträt, de Bernard Imhasly,
  • A Passage to India, de E. M. Forster,
  • The Siege of Krishnapur, de J. G. Farrell,
  • The White Tiger, de Aravind Adiga,
  • The God of Small Things, de Arundhati Roy,
  • A Fine Balance, de Rohinton Mistry,
  • Kim, de Rudyard Kipling,
  • Shantaram, de Gregory David Roberts,
  • India, de Patrick French
  • An Area of Darkness: his Discovery of India, de V. S. Naipaul.
Tengo ahora material de lectura para múltiples vacaciones en la India. Mi meta es leer varios trabajos de ficción hindú antes de proceder a leer los ensayos o libros de no-ficción sobre la India. La ficción como punto de partida para entender la realidad.

Como dije, desde Tapas se podía contemplar toda la playa, que se abría como un anfiteatro donde diversas cosas sucedían. Sobre la arena, los botes de los pescadores yacían varados la mayor parte del día, unos esperando que algún turista se antojase a salir mar adentro a ver los delfines, otros porque ya habían salido en la madrugada a pescar. Los pescadores arrastraban los botes, a veces entre 8 o 10 personas, desde el mar hacia la orilla, más allá de la línea de marea, donde el ir y venir de las olas no pudieran devolverlos a las aguas. A la sombra de uno de los botes, en un pequeño surco en la arena, una perra, flaca e impasible, reposaba de la luz del sol de la tarde, mientras a su alrededor, una manada de cachorros retozaba y jugaba. La manada estaba compuesta por cuatro perritos, de los cuales tres eran relativamente grandes, peludos, activos y juguetones. El otro, el más débil del grupo, era macilento, pasivo, lento y de tamaño mucho menor. Como el bote estaba justo al frente de Tapas, pudimos observar todo: a la hora de amamantar, los más fuertes enseguida tomaban posesión de las tetas de la madre, mientras que el hermanito débil saltaba de aquí para allá buscando un espacio donde él también pegar su hocico. Cuando jugaban, los más fuertes se mordían entre ellos, se revolcaban en la arena y chillaban de manera aguda, mientras que el pequeñín intentaba correr detrás de ellos pero parecía siempre llegar tarde a la diversión, reaccionar unos segundos más tarde a lo que pasaba en el grupo.

Boris pensó en adoptar a uno de los cachorros y llevarlo a Alemania. Melanie dijo que si queríamos hacerlo, debíamos adoptar al más débil, pues los demás seguro sobrevivirían sin ayuda de los humanos. Yo, como siempre, me opuse, pensando en los asuntos prácticos del viaje: ¿cómo lo transportaríamos? ¿cómo resistiría el cachorro, siendo tan débil, todas las horas de vuelo que existen entre India y Alemania? ¿qué permisos, vacunas y papeles eran necesarios para llevarse un perro de un país a otro? Intentamos hallar las respuestas en la web, pero al cabo de un rato nos distrajimos y cambiamos de conversación.

Otros animales que deambulaban por la playa eran las sempiternas vacas: ellas caminaban sobre la arena a primeras horas del día y luego antes del atardecer, así que coincidían con los momentos en que estábamos nosotros también en la playa. Otras criaturas de las cuales temíamos eran las llamadas sandflöhe o pulgas de la playa – en Venezuela se les dice niguas – que abundaban en las playas de Asia. Yo tenía una pequeña cortada entre los dedos del pie y pensé que por allí podían introducirse las niguas, pero por fortuna no sucedió nada.

La mayoría de los días transcurrieron así, viendo a los demás turistas – que eran pocos, puesto que era apenas el inicio de la temporada – y descansando. Solamente un día hicimos una excursión a Goa Vieja, la antigua capital de los portugueses. Goa había sido colonia portuguesa y se había incorporado al resto de la India apenas en 1961. El viaje lo hicimos en autobús a través de paisajes cautivadores, entre ríos, selvas y montañas, alrededor de 3 horas. Melanie y Boris no estaban muy contentos con las condiciones del viaje: el autobús iba lleno, era incómodo, ruidoso y caluroso. Cuando llegamos a Goa Vieja, descubrimos que la que otrora había sido una ciudad con más iglesias que Roma, hoy día era un conjunto de ruinas. No había ninguna casa en pie, sino solamente las catedrales de piedra erguidas por los colonizadores lusitanos. Entre ellas, la basílica del Buen Jesús, donde reposaban los restos de San Francisco Javier, el misionero más importante de la Iglesia Católica después de San Pablo.



Estar en Goa Vieja era como estar dentro de un cuento de Borges, de ruinas circulares o senderos que se bifurcan. La incongruencia de estar dentro de una iglesia barroca, de altares de oro, en pleno subcontinente indio. Las iglesias eran enormes, majestuosas, altas, como una señal de fuerza de la Iglesia hecha sobre un mundo que simplemente siguió su ritmo a pesar de los intentos de Occidente por dominarlo. Me di cuenta que, en Latinoamérica, las que creemos son nuestras más preciadas creencias, fueron tan igual de impuestas como fue el cristianismo en la India. Me convencí de que una catedral en Goa es igual de incongruente que una catedral en Coro: ese indudable pensamiento que es el hecho de aceptar que nosotros fuimos colonia también, que nuestra historia es parecida a la de la India, a la de África, a la de tantos países. Pero como en Latinoamérica el colonialismo fue más exitoso, pensamos que nuestra historia es la normal, cuando es, sencillamente, historia. En América los españoles pudieron exterminar a la cultura indígena, directamente con la pólvora, indirectamente con los gérmenes y bacterias traídas desde el viejo mundo. Pero en la India, tan sólo lograron construir estos monumentos de piedra y retirarse silenciosamente. 

Me pregunté también si el catolicismo en Goa es como en Venezuela: sincrético, postcolonial, mestizo, donde Maria Lionza y José Gregorio Hernández conviven con la virgen de Coromoto y el Negro Primero en los altares de los feligreses. Aprendimos que en un principio sí: las primeras representaciones de Jesucristo en India fueron hechas pintándole el rostro de azul, tal como Krishna, para que las personas pudieran entender la divinidad de Jesús y su trascendencia.

Después de un corto paseo por las catedrales tropicales y 3 horas de viaje de regreso, volvimos a Palolem donde celebré mi cumpleaños número 33. Tomé vino de la India – no es bueno, pero tampoco sabe a vinagre – y hubo hasta torta, organizada por Boris y Melanie. También hubo fuegos artificiales y encendimos una linterna voladora que, con ayuda de unos paseantes, pudimos poner en el aire. Flotó por un par de minutos antes de caer sobre el mar. 

Al día siguiente hicimos yoga matutino, con el apacible ruido de las olas del mar. Nuestro instructor nos comentó que nosotros, los occidentales, necesitábamos del yoga, de los masajes ayurvédicos, pues nuestras vidas estaban llenas de estrés, trabajábamos demasiado. Después de terminar la sesión de yoga – a cual fue sin dudas muy suave, para principiantes – él acudió a su trabajo principal: terminar de construir el hotel donde trabajaba, pues los turistas comenzarían a llegar la semana siguiente. ¿Quién de los dos trabajaba más? ¿Yo, que me siento todos los días frente al computador durante 9 horas, dañando en el proceso a mi columna vertebral y mi salud en general? ¿O él, que realiza cuatro trabajos a la vez, de yogui, de masajista, de albañil y carpintero, para conseguir una paga probablemente injusta? Pensé que su frase estaba destinada a ser plácidamente escuchada por todos los turistas de Occidente quienes nos decimos "Sí, has trabajado demasiado, te mereces unas vacaciones" y acudimos a la India para ser consentidos por una población que sabe decir exactamente lo que deben decir.

Tras la sesión de yoga, caminando por la arena, de regreso hacia el hotel, vimos desde lo lejos un grupo de cuervos que rodeaban lo que parecía ser un gran pescado muerto. Las olas iban y venían y a veces la espuma llegaba hasta donde yacía el pescado, causando que los cuervos levantaran vuelo por unos segundos, para luego, una vez que la ola se retiraba, volver a abalanzarse sobre la carroña. Al acercarnos una ola más grande que las anteriores rompió en la playa, así que los cuervos abrieron su círculo, dejando ver el centro del festín: no era un pescado, sino el mustio cadáver del pequeño cachorro, el más débil de la manada. En lugar de sus ojos, sendos huecos se abrían en su rostro. Seguimos caminando y volvimos a nuestra habitación a hacer el equipaje. Boris me miró con cierto reproche: como diciendo, pudimos haberlo adoptado. Al día siguiente volaríamos de regreso a Delhi.

domingo, 3 de diciembre de 2017

India (VII y VIII)

La "Venecia del Este", así es llamada Udaipur. Los diferentes lagos que se encuentran en la ciudad, sus palacios y construcciones, además de las montañas que enmarcan el paisaje, hacen de Udaipur sin lugar a dudas la ciudad más hermosa de Rajasthan. El séptimo día de nuestro viaje nos dedicamos a descubrir esa ciudad. Era nuestro último día con Rajes, así que la despedida estaba como suspendida en el aire todo el tiempo. En la mañana acudimos a los Jardines de la Reina – Saheliyon-ki-Bari – un espacio de verdor, casi como un jardín botánico, donde plantas de distintas partes del mundo crecían frondosas alrededor de fuentes y estanques. Después Rajes nos condujo al City Palace, donde él no podía estacionarse sino por poco tiempo detenerse. Allí le dimos la propina – decidimos que cada quien daría la propina que la persona decidiera, para evitar discusiones acerca del monto, al final Boris y yo dimos la misma cantidad, Melanie dio un fajo de billetes que no sabemos cuánto fue en total – y nos despedimos, no sin antes intercambiar teléfonos para seguir en contacto. ¿Quizás un viaje a Himachal Pradesh el año siguiente, con Rajes de nuevo como chofer? Un mundo de posibilidades se abría ante nosotros. 



Al llegar al City Palace de Udaipur lo primero que hicimos fue tomar el bote para recorrer el lago Pichola. En el bote había chalecos salvavidas para todos los pasajeros, los cuales tomamos Boris y yo uno para cada uno, pero Melanie no tomó ninguno. Ella era, después de todo, instructora de natación. Así que todos los turistas, menos Melanie, nos sentamos en el bote y navegamos a través de un lago cuyas aguas eran sumamente mansas – no había ningún peligro de naufragio – y nos deleitamos con la arquitectura de las orillas y de las islas. Lo primero que observamos fue el City Palace desde el agua, esta vez desde muy cerca, majestuoso, donde todavía vivía el Lord de Merwar, el señor de la región. Luego vimos al Lake Palace Hotel, situado en una isla en el medio del lago, donde fue filmada "Octopussy", la película de James Bond. 


La siguiente isla que vimos – y en la cual pudimos descender – fue Jag Mandir o Lake Palace Garden. Las hermosas instalaciones y jardines nos invitaron a pasear y pasar una hora en la isla, tomando un café y admirando el paisaje. En aquél momento pensé que los jardines habían sido construidos para los ingleses y su deleite, debido a su parecido con los jardines europeos, pero tiempo después leería que Jag Mandir databa del siglo XVI, mucho antes que el imperio británico conquistara India. Sin embargo el lugar había sido remodelado, como lo demostraba la presencia de distintos faroles a lo largo de las caminerías. 



Al terminar el paseo por el lago, regresamos al City Palace, donde esta vez recorreríamos las distintas habitaciones del palacio. Allí nos dimos cuenta de la magnitud del palacio, de lo formidable de la edificación, de los colores y patrones que adornaban sus suelos, techos y paredes. El calor era, no obstante, agobiante, y pronto la deshidratación me afectó. Decidí sentarme y tomar un poco de agua, en la sombra, mientras observaba a los turistas. Si bien había ciertos europeos, la mayoría de los turistas eran hindúes, lo cual habíamos observado en casi todas partes. El hindú, quizás no todos, pero las clases media y superiores, tenían la capacidad de viajar internamente en su país. Si bien los precios eran distintos – el local pagaba mucho menos que el extranjero – decía que, a pesar de la pobreza que habíamos visto en las otras ciudades de Rajasthan, quizás todo no marchaba tan mal. Dudo que todos los turistas locales que encontramos en el viaje hayan sido ricos o adinerados. Muchos parecían gente normal, familias, queriendo mostrar a sus hijos las bellezas de su país. Tierra de diferencias y contradicciones, en eso se parecía la India a Venezuela.


Tras recorrer el palacio, Boris y yo teníamos hambre y quisimos ir a comer algo. Melanie decidió seguir recorriendo las calles de Udaipur, así que nos separamos. Era la primera vez que nos separábamos, así que aceptamos con cierto nerviosismo. Fuimos a la calle donde la noche anterior habíamos visto al vendedor que conocía a Bill Gates – por supuesto, estaba allí de nuevo, sonriendo, gentil – y entramos a un pequeño restaurante para comer algo ligero. Esta vez occidental –panquecas – pues tras una semana de sólo comida hindú, necesitábamos un descanso. El restaurant tenía aire acondicionado, por lo cual descansamos allí un rato. Después de allí caminamos hacia el hotel, a través de un puente que tenía una especie de compuertas, de lado y lado, para impedir el paso de las vacas. En la esquina encontramos a Melanie, quien se había refugiado en otro restaurante para evitar ser molestada por los extraños en la calle, quienes a cada momento le buscaban conversación.

La tarde la pasamos en la terraza del hotel, a orillas del lago Pichola, hablando sobre los amigos en común que teníamos, sobre la vida en Alemania, nuestras familias. Viajar a veces te da el tiempo necesario para vislumbrar a las cosas desde otro punto de vista. El tiempo libre, la idea de la distancia y el cambio de rutina, obligan a tu cerebro a reorganizarse, a buscar nuevos sentidos y significados. Sin lugar a dudas el viaje me había servido para poner a Berlín en perspectiva. Si bien Berlín es cierto que es una de las ciudades más tolerantes y libres de Europa, tiene sus aspectos negativos, por ejemplo la basura en las calles o la cantidad de pordioseros. Pero esos aspectos negativos son visibles sólo comparados con Munich, donde habíamos vivido por 6 años, una ciudad casi perfecta en lo referente a limpieza y orden. Berlín, comparado con Delhi, o Jaipur, es una ciudad sumamente pulcra y organizada. Incluso la manera de manejar del berlinés resulta civilizada, yuxtapuesta a la del hindú. Por lo tanto decidí dejar de criticar a mi nueva ciudad y admitir que mi perspectiva había estado distorsionada, acostumbrado a la perfección bávara. Todo pudiera ser distinto si acaso yo visitara más a menudo a Venezuela, ahí si pudiera tener todo en perspectiva siempre. Si tan sólo fuera así de fácil.

En la noche acudimos a un pequeño restaurant llamado "Yummy Yoga" en el cual comí pizza y un brownie casero – de nuevo, gustos occidentales. Allí, Melanie y yo jugamos ajedrez, sin olvidar que ese juego es originario precisamente de la India – en aquél entonces, las torres eran elefantes. Tras pagar y despedirnos, el encargado del lugar nos indicó que todas las ganancias del local eran destinadas a proyectos sociales en Rajasthan y nos dio las gracias por haber colaborado con ello. Pensamos que son precisamente esos locales los cuales hay que apoyar.



Al día siguiente nos despertamos muy temprano para tomar el avión hacia Goa. El taxista que habíamos reservado la noche anterior nos pasó recogiendo directamente al hotel – a esas tempranas horas no había problemas con el tráfico. El carro apestaba a una mezcla de garam masala con incienso, pero no teníamos otra opción. El taxista iba hablando por celular todo el camino, lo cual nos  resultó un poco molesto. Peor aún fue cuando, en el medio de la carretera, se detuvo, detrás de otro taxi que estaba allí también estacionado y, sin decir nada, los taxistas intercambiaron autos, con nosotros y nuestro equipaje adentro. Nos sentimos como secuestrados, pero de nuevo, ¿qué podíamos hacer? ¿saltar del vehículo en marcha? comenzamos a hablar con el segundo taxista – nos dimos cuenta que el extraño olor no era del carro, sino del taxista anterior – y pronto caímos en el tema de nuevo de las escuelas, las cuales funcionan en dos turnos en India, ya que la cantidad de niños en edad escolar supera a la capacidad de la infraestructura. Muchos niños, decía el taxista, demasiados. En Europa la mujer le dice al esposo que esta noche no, continuó diciendo, mientras que en la India, la mujer, si el esposo quiere, dice que sí, tras lo cual soltó una carcajada. Volteé para mirar a Melanie, pero ella pareció ignorar absolutamente el comentario.

Debíamos tomar dos vuelos, pues de Udaipur volaríamos a Mumbai, cambiar avión y de ahí a Goa. Pensar que muchos hacían el mismo recorrido en tren, durante 18 horas o más. Desde la ventana del avión pudimos ver la modernidad de Mumbai y sus altos edificios, lástima que no veríamos nada de la ciudad. El vuelo Mumbai-Goa fue corto y sin incidentes. Llegamos al aeropuerto Vasco da Gama a las cuatro de la tarde y allí nos pasaría buscando un chofer del hotel donde pernoctaríamos las siguientes seis noches. La ruta desde el aeropuerto a Palolem – nuestro destino final – eran un par de horas de camino a través de pueblos, junglas y montañas. El paisaje a través del camino era completamente distinto al de Rajasthan. En Goa la vegetación era exuberante, selvática, muy verde. No se veía tanta pobreza como en las otras regiones que habíamos visitado. Yo me sentía como en la carretera de San Felipe a Morón. En el vehículo iba dormido, cansado de tanto viajar. 

Al cabo de dos horas, llegamos a Palolem, mientras todavía había luz del día. Después de dejar todo en la habitación, acudí a la playa y me pude bañar en las cálidas aguas del Mar Arábigo. Finalmente allí nos podríamos relajar y descansar.




India (VI)

Udaipur, nuestro siguiente destino, el cual sería nuestro último en Rajasthan, estaba a unas cuantas horas de Jodhpur. Sin embargo, tendríamos una parada en Ranakpur, donde visitaríamos a un templo jainista. En un principio creíamos la vía entre Jodhpur y Udaipur se encontraba en muy buen estado, pero nuestra alegría sólo duró alrededor de 100 kilómetros, después de los cuales, al tomar un desvío en Sanderao, nos dirigimos hacia Ranakpur. En esa etapa de nuevo estaban los baches en el camino, los autobuses llenos de gente, vacas y motorizados. Poco a poco la carretera comenzó a hacerse más serpenteante, a medida que nos acercábamos a las montañas Aravali, a la par que la vegetación se hacía más verde, más tupida, más selvática. El serpentear del camino repercutió en el estómago de Boris: comenzó a sentir náuseas, pero las pastillas masticables contra el mareo le permitieron llegar a Ranakpur.


El templo jainista de Ranakpur – de nuevo, hecho de mármol – fue construido en el siglo XV y resultó ser hermoso. El jainismo es una religión no teísta, es decir, no reconoce a ningún dios en particular, de la cual reconozco sé muy poco. Uno de sus principios es ahimsa o no violencia, el cual influenciaría a Gandhi en sus pensamientos. Debíamos dejar nuestro calzado fuera del templo, así como todos los artículos de cuero – pues los jainistas son estrictamente vegetarianos, incluso en su vestimenta – recibimos una audioguía que colgamos de nuestros cuellos y comenzamos el tour. La audioguía resultó ser inútil: si bien comenzó describiendo las figuras de los dragones que adornaban la entrada del templo, quienes protegían el interior de las influencias malignas, pronto la descripción e historia narrada pasó a ser una tesis doctoral en janismo, en la cual se asumía que el oyente estaba iniciado en los misterios de la religión y había acudido al templo en peregrinaje. Aquellos no iniciados, estábamos abrumados por la cantidad de información. Sin embargó seguí escuchando un rato, acerca de Rishabhanatha y los ciclos de la vida, mientras me acercaba a los estatuas y altares del templo. En su interior, el templo contaba con cientos de pilares ornamentados, que otorgaban al ambiente un aspecto de bosque de mármol. En un momento, mientras estaba en una terraza frente al altar principal, me volteé y miré a Boris a unos cuantos pasos de mí, al pie de la escalera que conducía a la terraza. Con los audífonos puestos, le hice señas que se acercara, pero él me indicó que por alguna razón no quería o no podía. Me acerqué a él, me quité los audífonos y le pregunté qué pasaba. Me dijo que un guardia le había impedido subir a la terraza, pues el paso estaba reservado a hindúes. De nuevo me di cuenta de una de las ventajas de mi color de piel en la India: era uno más de ellos.

Salimos del templo y seguimos nuestro camino hacia Udaipur. Como teníamos hambre Rajes se detuvo en un restaurant a orillas del camino, en el medio de la nada, en las montañas. El restaurant era muy sencillo: era un buffet, cada quien tomaba la comida de las tinajas de barro donde ésta se encontraba. Había papas con curry, arroz, coliflor, tomate asado y pollo en curry. Mientras comíamos, llegaron varios turistas al restaurant. Primero, una pareja de franceses, vestidos de sandalias trekking y ropa funcional, quienes preguntaron si podían compartir de un solo plato, a lo cual el dueño del restaurant indicó que el precio era por persona, no por plato, tras lo cual se sentaron un rato, discutieron en voz baja y se fueron, sin comer. Luego llegó un grupo de jubilados españoles, ruidosos, compuesto de lo que parecían ser tres parejas de esposos y esposas. Escuché la indecisión de las mujeres al no saber qué comer o si el sitio era lo suficientemente higiénico para comer allí, de cómo se burlaban de Cataluña y sus ideales de independencia. Después llegó un interesante personaje, una mujer sola, blanca, alta, de cabello blanco, en sus sesenta o incluso setenta años – todos los personajes hasta ahora descritos llegaban con sus choferes, tal y como nosotros – que se sentó a comer cerca de nosotros. Había cierto élan en su forma de sentarse, de llevarse el tenedor a la boca, que me llamó la atención. Los españoles seguían hablando cuando entonces la mujer los interrumpió preguntando hace cuánto tiempo estaban en la India, todo en perfecto español, aunque con acento latinoamericano. Iniciaron conversación, la mujer y el grupo de jubilados, y pude escucharla contarles cómo había aprendido español en su estadía en Tikal, en Guatemala, mientras trabajaba para National Geographic. Hoy en día trabajaba para el Archaelogical Survey of India. Conocía a la India en su totalidad y le fascinaba. Yo estaba fascinado con la mujer, con su español casi impecable, fruto de sus viajes y trabajo con otros colegas arqueólogos hispanos, con su soltura: al cabo de un rato se había sentado en la misma mesa que los españoles. Nosotros terminamos nuestra comida y dejamos el sitio, la mujer y los españoles todavía hablando.

Seguimos nuestro camino, ya haciéndose de noche, hasta que llegamos a Udaipur, finalmente. Nos tardamos treinta minutos en ir de las afueras de Udaipur hasta el centro, donde estaba situado nuestro hotel. Sin embargo, la ciudad es pequeña para los estándares de la India: alrededor de 400 mil habitantes. Rajes condujo a través de distintas callejuelas para llegar al hotel pero pronto se dio cuenta que esto era imposible. Nuestro hotel estaba situado en una pequeña península en el lago Pichola, el lago central de Udaipur, a la cual se le accedía sólo por una sola calle. Fue en esta calle, en la cual sólo cabía – apenas – un carro a la vez, que nos quedamos completamente varados: en el sentido opuesto, dos carros intentaban salir de la calle y nos tocaban corneta para que retrocediéramos. Pero detrás de nosotros, otros dos vehículos no querían retroceder pues se sentían con el derecho de seguir adelante. Al mismo tiempo, en el pequeño entre los carros y las paredes de los edificios de la calle, circulaban bicicletas, personas y motos, o al menos eso trataban. Todos discutían qué hacer, quién tenía el derecho de seguir o quién debía ceder el paso, pero nadie se movía. Nosotros no siquiera podíamos bajarnos del carro de Rajes porque sencillamente no había espacio para abrir las puertas. Al cabo de ciertos minutos que parecieron ser infinitos, los vehículos detrás de Rajes retrocedieron y resultó ser obvio que nosotros también debíamos retroceder. Pero no era tan fácil, pues en ese momento también una vaca, cuyos cuernos habían sido ornamentados con flores y colores, también se había detenido detrás del carro de Rajes, como si ella quisiese también formar parte de las discusiones. Los hindúes no podían apartarla del camino, pues siendo un animal sagrado, su andar es sagrado y no debe ser perturbado. Solamente podían darle golpecitos en el rabo, para indicarle que se moviera. Así que lentamente la vaca se fue apartando y Rajes pudo retroceder lo suficiente hasta llegar a un espacio de la calle donde pudiéramos abrir las puertas, bajarnos del carro, tomar el equipaje y seguir el recorrido a pie, pues era sencillamente imposible conducir por esa única calle hasta el hotel. Así hicimos y mientras recogíamos nuestro equipaje, sentí el tacto de algo húmedo y caliente en mi codo derecho. Al voltearme, vi a la vaca, que me estaba lamiendo mi brazo. Me sentí bendecido y sagrado, mientras Boris y Melanie se morían de la risa.

Caminamos hacia el hotel y lo encontramos casi al final de la calle. Dejamos nuestro equipaje en la habitación y salimos a la calle. Era la primera vez que nos aventurábamos de noche en la India, hasta ese momento habíamos estado recluidos en nuestros hoteles después del anochecer. Sobre todo porque los hoteles en Jaipur y Jodhpur habían estado en sitios lejanos al centro de la ciudad, pero también porque en la noche siempre estábamos cansados de todo lo recorrido durante el día. Pero en Udaipur nos encontrábamos en pleno centro de la ciudad y queríamos explorar las calles. También porque tras 6 días de viaje finalmente estábamos cómodos con la gente, con el caos, con las vacas. Vimos el City Palace de noche, espectacular, su reflejo en las aguas del lago Pichola. En las calles nos encontramos con un vendedor de souvenirs que nos contó tanto de su vida personal, de su familia, de su estadía en Estados Unidos, de cómo había conocido a Bill Gates, que nos dio vergüenza no comprar algo de su mercancía, así que adquirimos una pequeña estatua de Ganesha y un elefante de cerámica. De regreso al hotel tomamos unos cócteles en la terraza del hotel y nos acostamos, esta vez sin aire acondicionado, sino con el ruido de los ventiladores de techo.