domingo, 12 de noviembre de 2017

India (IV)

Sabíamos que el recorrido entre Jaipur y Jodhpur era el más largo de nuestro periplo, pero la distancia neta en kilómetros no era la única información necesaria para determinar la duración del viaje, ya que el estado de la carretera era determinante. Empezamos al mediodía y llegamos de noche: 7 horas en total duró el recorrido, que resultó ser el más duro y peligroso del viaje. Peligroso porque la manera de conducir de los hindúes es sencillamente desquiciada. En una carretera de sólo dos canales  – uno para cada dirección – circulan gandolas, camiones, autobuses, carros, vacas, tuk-tuks, motos, bicicletas, tractores y carretas de bueyes, muchas veces adelantándose los unos a los otros, a ambos lados del camino, resultando en situaciones donde los vehículos terminan esquivándose precipitadamente. Nuestro peor susto fue casi llegando a Jodhpur, cuando en el medio de la noche, sin ninguna luz en el camino, de repente, una vaca negra se atravesó en el camino, causando que Rajes frenara en seco. Por fortuna él la vio a tiempo, pues yo, que iba de copiloto, no la vi sino después de su frenazo, cuando ya la teníamos justo al frente. Las vacas blancas podían verse a más distancia.

Cuando Rajes nos dejó en el hotel le suplicamos descansara muy bien, puesto que su desempeño había sido más que loable. Le pedimos que tomara algo con nosotros en el hotel, pero como todas las otras veces que lo invitamos a comer con nosotros, rechazó educadamente. No lo he dicho aún, pero durante todo este tiempo – ya el tercer día del viaje con Rajes al volante – él nos había conducido a distintos restaurantes, pero él siempre se quedaba fuera y no comía. Siempre le pedimos que nos acompañara y nunca aceptó la invitación. Su negación era tan susceptiva que sentíamos casi un irrespeto tratar de convencerlo de lo contrario. Quizás en su contrato estaba escrito que no debía molestar a sus clientes. Y el contrato entre Rakesh Kumar y nosotros estipulaba que la comida y alojamiento del chofer ya estaban pagos. No obstante esa distinción entre conductor y pasajero, parecía algo perteneciente a otra época, no de la sociedad moderna. Rajes jamás habría sido una molestia, puesto como ya he dicho, su carácter comedido, puntualidad y maneras formales generaban sólo respeto y aprecio.

Durante las siete horas que duró el viaje hacia Jodhpur conversamos sobre su familia y sobre la sociedad hindú. Nos dijo que él era originario de un pueblo en Himachal Pradesh, estado más al norte, en las montañas del Himalaya, donde vivía con su esposa y sus padres. Él trabajaba como chofer de turistas en Delhi, mientras su esposa cuidaba de sus padres, quienes estaban enfermos. Las realidades de un país sin una seguridad social tal y como es conocida en Europa. Nos comentó que los hospitales públicos no servían y sólo las clínicas privadas prestaban buena asistencia. Nos dijo que la India era un país rico – ¡cuántas veces no escuché lo mismo decir de Venezuela! – pero había demasiadas bocas qué alimentar. Melanie, como buena maestra, hizo preguntas sobre la educación. Rajes aseguró que todos los niños en la India estaban escolarizados, lo cual no creímos sea cierto. Nos comentó que la conscripción en el servicio militar no era obligatoria y que a pesar de que su padre era militar retirado de las fuerzas armadas, él no fue recluta ya que cuando era joven ser militar no representaba un progreso económico. Lo dijo casi arrepentido, como dando a entender que hoy en día sí sería algo provechoso. Habló de la historia de Rajasthan, de cómo los reyes de la región nunca fueron dominados por los mogoles, sino que llegaron a acuerdos con ellos – luego pactarían con los británicos. Hablamos también de Alemania, de la cual dijo era "un país que tiene un enfoque sistemático a la vida, no como India". Nos contó que había trabajado para DerTour como chofer, pero esta agencia había reducido sus operaciones y nos preguntó por qué venían cada vez menos turistas alemanes a la India, si acaso la guerra con Austria había sido una causa. No supimos si entendimos correctamente, puesto que el inglés de Rajes, a pesar de ser muy bueno, a veces no era el más fluido. Dijimos desconocer esa guerra, que Austria y Alemania no habían entrado en guerra recientemente – creo que nunca, puesto que si bien Austria y Prusia habían sido poderes rivales, una vez nacida Alemania como nación nunca hubo conflictos bélicos entre los países, incluso la anexión de Austria al Tercer Reich se produjo sin resistencia significante. Los alemanes prefieren ahora a Sri Lanka, dijo Boris, por eso no vienen a la India, a lo que Rajes se quedó intrigado, como si no pudiera entender por qué. Muchos amigos nos habían dicho, cuando decíamos que queríamos ir a la India, que era preferible ir a Sri Lanka primero, para irse acostumbrando a la cultura y luego hacer el salto al subcontinente, como si Sri Lanka fuera una especie de purgatorio, en el cual las almas se preparaban. Sri Lanka tiene un nivel de vida más alto que la India, de hecho uno de los más altos del sur de Asia, así que al ir allá el viajero no es enfrentado con las incomodidades de la pobreza, al menos no como nosotros habíamos sido enfrentado a ellas desde el inicio del viaje. Así, los vaivenes de las preferencias de los turistas europeos, dejan sin trabajo a quienes dependen de las agencias de viaje de la India. El peso del turismo masivo como motor de economías enteras.

Volviendo al momento en que Rajes nos deja en el hotel: nos despedimos y acordamos que nos recogiera a la mañana siguiente a las 10:00. Entramos al lobby y esta vez el lujo del hotel, su aseo, su belleza, el gran patio central, la atención que el personal nos daba, nos resultaron incongruentes. Subimos a la habitación y una vez cerrada la puerta, Melanie no pudo contenerse más. Casi con lágrimas en los ojos, nos confesó su irritación – irritar, irritarse es un verbo que uso a menudo en estos escritos, quizás por el alemán irritieren: no quiero decir que la India sea irritante, pero el verbo fue sospechosamente muy a menudo usado por Melanie y por Boris – por el hecho de que justo al lado del hotel ella había visto a gente viviendo en carpas improvisadas, hechas de material de desecho, mientras nosotros llegábamos a un hotel cinco estrellas. "Es ist krank" (es enfermizo), decía.  Respiren el aire, decía, otra vez huele a basura quemada, a incineración. ¿Cómo conciliar el sueño sabiendo que hay gente allá afuera respirando ese aire, durmiendo casi bajo la intemperie, mientras nosotros, por ser europeos, podíamos tener cuatro paredes, agua potable, sábanas de seda, aire acondicionado y purificado? 

Melanie hablaba siempre de nosotros, en grupo, y no sé si al pronunciar esa pregunta me contaba a mí como otro europeo más, lo cual sería un pequeño error, pero quizás quería decir sencillamente nosotros los privilegiados, lo cual sería correcto, puesto que yo, después de vivir 8 años en Alemania, también gozaba de los privilegios que todos o al menos la mayor parte de los alemanes gozan. Como tal, intenté responderle, no para contradecirla, de ninguna manera, sino para tratar de confortarla. Quise hacerle ver que ella no tenía la culpa, ninguno de nosotros, que como turistas traíamos dinero al país y que nuestra presencia no era una molestia sino era bienvenida, que quizás si el gobierno hindú combatiera mejor la corrupción, el dinero recaudado de los impuestos pudiera ser dedicado a combatir la pobreza de manera más eficiente. Ella me refutó, diciendo que como mujer blanca, europea, ella era favorecida por el sistema colonialista e imperialista, que todavía existía, aseguró, mientras los hindúes eran precisamente las víctimas. Todo lo que ella había aprendido durante sus cursos de desarrollo socioeconómico, donde había visto de manera conceptual lo que era la pobreza, ahora lo experimentaba de primera mano y resultaba ser difícil de tragar. Le recordé que los seres humanos somos animales de hábitos, y que pronto se acostumbraría a ver a la pobreza, tan cruel como pueda sonar, así como toda persona que viva en Caracas se acostumbra al espectáculo de los ranchos, a su presencia, a su peso sobre el paisaje, sólo aliviado por el contrapeso del verde Ávila. Muy a menudo la vista se endurece e ignora los horrores, los filtra. Al decir esto, me daba cuenta de la monstruosidad de mis palabras, que a pesar de ser reales, delataban mi indolencia, la del venezolano – la del ser humano. Así que empecé a tratar de entenderla y expandir su visión, en vez de consolarla – mucho tiempo después, al transcribir la conversación, pienso que los únicos que merecen ser consolados de la pobreza son los pobres mismos.

Comenzamos, con nuestras limitadas perspectivas, a discutir entonces sobre el colonialismo y sus consecuencias. Era mi turno de hacer confesiones y conté algo que no le había dicho a muchas personas y fue aquello que sentí la primera vez que llegué a Europa, cuando a los veintiún años, siendo la primera vez que abordaba un avión, llegué a Estocolmo. No cualquier ciudad europea, sino justo a una de las capitales más ricas, en la zona más estable económicamente de Europa. La visión del rápido y avanzado tren Arlanda Express, de las impecables calles de Östermalm, del esplendor del palacio de Drottningholm, habían despertado en mí sentimientos encontrados. La gran pregunta, tal y como imagino se la habría dicho Adam Smith en su tiempo, era la de por qué. ¿Por qué era Suecia más rica que Venezuela, si Suecia era un congelador, un terreno inhóspito e invernal, mientras mi patria era un paraíso? ¿De dónde habían sacado los suecos el dinero necesario para construir esas edificaciones,  no sólo ello, sino para formar una sociedad utópica donde la igualdad había sido alcanzada? 



Melanie me interrumpió diciendo "weil wir uns die Welt ausgebeutet haben" (porque nos hemos robado el botín del mundo, o más bien, porque hemos explotado al mundo). Y lo peor no es que haya ocurrido en el pasado, en la época de imperios y reyes, sino que todavía ocurría, que los países desarrollados trataban de frenar el desarrollo del tercer mundo al imponer las economías limpias basadas en recursos renovables. Comenzó a explicar cómo los países desarrollados compraban cuotas de emisión de gases de invernadero a países en desarrollo que, al necesitar el dinero, las vendían, por lo que las grandes potencias podían seguir contaminando el planeta, expandir sus economías, recaudar más dinero con el cual comprar más y más cuotas, en un ciclo tóxico. Estaba demostrado que la riqueza de una sociedad se podía medir a través de su emisión de dióxido de carbono: mientras más gases eran emitidos, mayor desarrollo económico y social se produciría. Puesto que el carbón sigue siendo la fuente más fácil y directa de energía conocida hasta ahora, frenar su uso era sencillamente aplicar un freno en el desarrollo de un país, más aún cuando la tecnología para usar los recursos renovables – solar, eólica, hidroeléctrica – a menudo venía de los países desarrollados, por lo tanto ellos seguían en control y podían ejercer su poder. ¿Con qué derecho obligaba Europa a África, Asia y América a quemar menos combustibles fósiles, si todos esos países necesitaban impulsar a sus economías? ¿Por qué pudo Europa impulsar su economía con la Revolución Industrial, basada en el carbón, y ahora, cuando era el turno de los demás países, el cambio climático era usado como amenaza para impedir la industrialización del tercer mundo? No podía ignorar los comentarios de Melanie, cuando yo mismo, en otro momento, también los había albergado. Recordé la conferencia a la que había asistido con el trabajo, en la que un profesor universitario, de unos setenta años, con voz pedante y didáctica, comentaba que si el gobernador de Borneo decidía talar la selva lluviosa de la isla en Indonesia, para vender la madera, había que detenerlo... En otro seminario, un físico comentaba descaradamente que si la civilización – palabra pronunciada con el mismo peso que usaba Spengler – era amenazada por las economías en desarrollo que seguían usando combustibles fósiles, era derecho de los europeos – alemanes – detener tal suceso. Recuerdo que mis ex-compañeros de trabajo escucharon indolentes tal propuesta. ¿Cómo querían detenerlo? ¿Invadir a Borneo, al resto del mundo? ¿En serio escuché esto en Alemania? ¿Después de Auschwitz?

Boris trató de hacer ver todo de manera más práctica, diciendo que él no podía, ni quería sentirse culpable de dormir en un hotel cinco estrellas, puesto que él quería estar seguro, cómodo y pernoctar en un sitio que cuente con las mismas o parecidas condiciones con las que vivíamos en Berlín, que no había nada de malo en pagar por un servicio y que no por ser blanco había que sentirse culpable de la historia de la humanidad. Muy probablemente correcto, pero Melanie y yo seguíamos divagando en nuestros pensamientos: rememoré las palabras de Susan Sontag, cuando decía que era inmensurable el daño que le había hecho la raza blanca a la humanidad – siento que esa frase no es del todo correcta, pues usa la palabra "raza", la cual considero es equivocada. Reflexioné sobre mi propio status y me pregunté por qué tenía yo, y no sólo yo sino toda mi familia tenía la misma idea sobre mí, sobre la certeza de mi logro, de mi éxito, por haber llegado a Alemania y conseguido trabajo y una vida estable. El año entrante, cuando adquiera la nacionalidad alemana, si todo sigue de acuerdo a los planes, estaré más aún convencido de ese logro. ¿Qué logro? ¿Qué clase de éxito personal representa pasar a ser alemán? ¿Por qué un pasaporte se convierte en una meta? Pues sencillamente en la serie de privilegios que te son concedidos, tal y como por ejemplo poder ser turista por el mundo, ir a todas partes pensando que es más barato que en casa – menos Suiza y Escandinavia, por supuesto. 

Por lo tanto me sentía partícipe de esa desigualdad que hay en el mundo, pues en vez de luchar contra ella, la mayoría hemos sucumbido al peso de los acontecimientos. Me siento culpable de haber usado divisas baratas para financiar mi educación en Europa, cuando hoy ya está demostrado que una de las cosas que desangró a Venezuela fue el control cambiario de los últimos años, y peor aún, de haberme quedado en Alemania, de no haber regresado, tal y como era la idea – si acaso hubo una idea o un plan detrás de las medidas del gobierno – de que los profesionales educados en el exterior regresaran a participar en la revolución y refundación de la república. Alemania y muchos otros países se benefician de esta fuga de cerebros que no ocurre por decenas sino por millones, jóvenes profesionales de todos los rincones del mundo, quienes se dicen a sí  – nosotros – mismos: hemos logrado el éxito, cuando en realidad quizás somos como Gori y Mothi, elefantes cargando con el peso de la demografía gris y en retroceso de los países europeos. Esta vez Melanie me reconfortó, diciéndome que al menos yo tenía presente el hecho de que yo había luchado por lograr los privilegios que poseo, que había estudiado, que me había preparado y formado para llegar a donde estoy. En cambio ella y todos los europeos, solamente habían tenido la fortuna de haber nacido allí, en el seno de familias nativas y no de inmigrantes – puesto que en Europa, la nacionalidad no es por nacimiento, sino por consanguinidad – y que mucha gente ignoraba lo privilegiados que eran. ¿A dónde comienzan los privilegios? ¿Dónde es trazada la línea: esta es tu labor, estos son tus frutos? ¿En qué punto comienza el peso de la historia, de las circunstancias? Recordé a Emmanuel Todd cuando decía que los meritócratas son peores que los aristócratas, pues al menos el aristócrata entiende que sus privilegios le fueron otorgados al nacer y que el fracaso de los pobres también es una clase de destino, mientras que el meritócrata piensa que su propio éxito está justificado y que el fracaso de los pobres es la culpa de ellos mismos.

Podríamos haber durado toda la noche discutiendo sobre el tema – debo confesar que cuando escribo, los argumentos tienden a ser más razonados y las frases más largas, mientras que en el momento que se discute, en caliente, las ideas brotan sin control, así que de la discusión he conservado quizás solo un par de argumentos, aunque fueron muchas más cosas las que se dijeron – pero el cansancio nos venció y nos quedamos dormidos.








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