domingo, 12 de noviembre de 2017

India (II)

Al día siguiente nos levantamos temprano, a pesar de lo cansado que estábamos. A las 7 AM teníamos que estar listos en el lobby del hotel y encontrarnos con nuestro chofer, pues ese domingo iríamos a Agra y de allí a Jaipur, todo en el mismo día. Normalmente los turistas pasan más de un día en Agra,  en el viaje por el Golden Triangle, pero por recomendaciones de mi colega del trabajo – hindú, de Mumbai – decidimos no pernoctar allí. Sus palabras me advirtieron de la suciedad de Agra, ya que es una ciudad industrial y de mucha pobreza. Nos pareció extraño que la ciudad del Taj Mahal sea considerada por los hindúes como una ciudad sucia, pero preferimos seguir los consejos de los locales. Tras empacar y descender al lobby nos encontramos con el chofer. Nuestras sospechas resultaron ser ciertas: la persona con la que Boris se había comunicado durante todo este tiempo, Rakesh Kumar, estaba allí en el hotel, con una agenda y una carpeta llena de documentos, pero resulta que esta persona no sería nuestro chofer sino era el gerente de la agencia de choferes. Sin embargo, en la página web donde encontramos su servicio, había testimonios de otros viajeros que aseguraban haber viajado con Rakesh.  Esta vez no viajaríamos con él – no sabemos si los testimonios eran ciertos – sino con Rajes Kumar, quien también estaba allí en el hotel, si bien afuera, dentro del auto. Rajes, tras sernos presentado, parecía ser tímido y muy serio.

Tras hacer el checkout, abordamos el auto de Rajes junto con Rakesh y nos dirigimos al próximo cajero automático para pagar la primera mitad del monto total del tour. En plena Connaught Place encontramos un banco. Boris descendió junto con Rakesh, mientras Melanie y yo esperamos en el auto con Rajes. El tiempo transcurría mientras en el auto los tres permanecíamos en silencio. Al cabo de unos minutos comenzamos a inquietarnos. Melanie me pidió que fuera a ver qué pasaba con Boris, pero yo decía: no te voy a dejar sola con el chofer que apenas acabamos de conocer. Melanie entonces dijo: y los dos no nos podemos bajar porque si lo hacemos, se va con todo nuestro equipaje. Nos reímos, pero en realidad estábamos nerviosos. Los próximos 6 días estaríamos junto al chofer todo el tiempo y no sabíamos cómo resultaría. La única referencia era una página web. Entonces Boris volvió y explicó que los cajeros sólo permiten sacar 10 mil rupias cada ocasión y por lo tanto no había podido sacar el monto completo. Acordamos pagar el viaje en tres partes: la segunda parte la daríamos en Jaipur y la tercera en Jodhpur. Nos despedimos de Rakesh y nuestro viaje a Agra comenzó.

El recorrido entre Delhi y Agra es a través de la Yamuna Express Highway, una amplia y moderna autopista que acortó el tiempo necesario para ir de una ciudad a otra. La timidez de Rajes resultó ser algo positivo, pues no hay nada más fastidioso que un chofer que no para de hablar. Sin embargo, poco a poco fuimos hablando más y más cosas con él. Conociéndonos, a la vez que conocíamos India. Tras 3 horas de viaje llegamos a Agra, donde nos encontramos por primera vez con esa visión típica de la India, no otra sino la de vacas circulando dentro de una ciudad. Vacas, motos y tuk-tuks, todos compitiendo por un espacio en la vía. Así llegamos a la entrada este del Taj Mahal, donde Rajes nos dejó y nos pasaría buscando apenas le diéramos una llamada perdida. 

Al llegar a la entrada del parque/área monumental donde está el Taj Mahal, alguien nos ayudó a navegar entre las multitudes que se agolpaban a las puertas. En este monumento, de nuevo, había una caja sólo para extranjeros, donde el precio era mucho más alto que para los hindúes. La persona que nos ayudó quería además ser nuestro guía, a cambio de la suma que nosotros consideráramos apropiada. Sin embargo, dimos las gracias y seguimos nuestro camino. Más adelante un soldado apostado allí para resguardar la seguridad de la entrada nos tuvo que ayudar a encontrar la entrada para extranjeros – aquí también había una diferencia. La cola para los hindúes era enorme, llegaba hasta la calle, mientras que los extranjeros no tuvimos que esperar nada, excepto por los chequeos de seguridad. En todas las entradas a monumentos, incluso en la entrada a las estaciones de metro, hay control de metales y guardias de seguridad que te requisan. Quizás en India sea el miedo a terrorismo mayor incluso que en Europa.



Y, de repente, allí estaba. El mausoleo que construyó el emperador Shah Jahan para su esposa Mumtaz. El Taj Mahal es quizás el monumento más hermoso que he visto en mi vida. Hay edificios impresionantes en Europa, como la Catedral de Colonia, el Duomo de Milano, la torre Eiffel, el Partenón, pero pocos son tan bellos como el Taj Mahal. Belleza es la cualidad que mejor puede decirse de su aspecto. Hay algo en la arquitectura mogol, su sincretismo de líneas persas, hindúes y clásicas, que causa placer al ser contemplada. La blancura del mármol brilla bajo el implacable sol de Uttar Pradesh. Rabindranath Tagore escribió una vez que el Taj Mahal era "una lágrima en el rostro de la eternidad", sólo un poeta podía decir algo tan acertado.

Después de esta vista nos dirigimos al Agra Fort, que resultó ser una agradable sorpresa: jardines muy bien cuidados, salas de audiencia similares al Red Fort, además de una vista increíble sobre el río Yamuna con el Taj Mahal al fondo. 



Después de este sightseeing, nos dirigimos a un restaurante que según Rajes sólo era frecuentado por locales. El almuerzo consistió en malai kofta, de sabor dulce, pero exquisitas. Después de la comida nos ofrecieron una especie de semillas azucaradas, que descubrimos no era otra cosa que anís, el cual es consumido para mejorar la digestión y dar buen aliento. Fuera del restaurante nos esperaba un personaje que quizás ya no se encuentra tan a menudo, pero forma parte del imaginario colectivo sobre la India: me refiero a un encantador de serpientes, con turbante y flauta, sentado, una cesta a sus pies, de la cual se incorporaba el danzante cuerpo de una cobra. No me gusta para nada todo aquello que tenga que ver con usar animales salvajes para ganar dinero, de paso del pánico normal que genera la vista de una cobra viva, así que nos montamos en el auto y rápidamente nos alejamos.

La vía entre Agra y Jaipur pasa por Fatehpur Sikri, una ciudadela construida por Akbar, el primer emperador mogol, destinada a ser la capital de su imperio, pero que duraría muy poco pues el terreno donde fue construida carecía de fuentes de agua. Sin embargo, no pudimos detenernos pues era muy tarde y debíamos seguir a Jaipur. Desde nuestro auto pudimos observar la cantidad de personas que había en la calle, gente en los mercados callejeros comprando, vendiendo, intercambiando comida, bienes, mercancía, pero no sólo había gente ejecutando acciones. Había una gran cantidad de personas tan sólo observando la calle, esperando, contemplando. Más adelante observamos mujeres bombeando agua del suelo de una pila de agua, mujeres acumulando cartones para luego venderlos, quemando basura, viviendo en pequeñas casas hechas de material de desecho. Y la cantidad de perros callejeros. Rajes se detuvo en un punto desde donde había una vista increíble de las murallas de Fatehpur Sikri. Descendimos del vehículo con nuestras cámaras y, de repente, fuimos abordados por una multitud de niños de la calle. Salían de las zanjas a orillas del camino, donde seguro vivían, atrincherados. Una niña se aferró fuertemente a Melanie, no fue fácil librarse de ella. Rajes nos recomendó volver al auto y no dar dinero alguno, cerrar las ventanas y cuidar que no se guindasen el vehículo, pues esos niños pertenecían a familias de mendigos profesionales, que simulaban accidentes para luego pedir dinero.

Unos minutos más tarde, Rajes se volvió a detener, esta vez para pagar ciertos impuestos en una casilla al borde de la carretera. Dejó el auto estacionado a orillas del camino y salió a hacer su diligencia, mientras esperábamos adentro. Entonces, una mano arrugada y sumamente delgada comenzó a golpear la ventana. Era la mano de una anciana, vestida en un saree lila, pidiendo dinero, comida, ayuda. Su boca sin dientes estaba abierta, ¿era una sonrisa o un llamado por atención? ¿Qué podíamos darle? ¿Era una mendiga profesional, como Rajes había dicho? Entramos en conflicto con nuestro miedo, con la irritación que produce el espectáculo de una anciana golpeando a tu puerta, fuerte y continuamente, pidiendo por dinero, sin vergüenza – ¿qué vergüenza? la miseria la desconoce, no hay orgullo ni soberbia entre los pobres más pobres, sólo desesperación. ¿Soluciona algo, dar una limosna? Mientras decidíamos si le daríamos algo a la anciana o no, Rajes regresó, encendió el vehículo y partimos. Miré hacia atrás y la figura de la anciana se hacía más y más pequeña.

Al costado del vehículo que Rajes manejaba – no sabemos si era suyo, o de la empresa – había una etiqueta que designaba al auto como vehículo para turistas, mencionando su nombre: Rajes Kumar ¿Por qué tenía el mismo apellido que Rakesh? ¿Acaso eran parientes? Rajes nos contestó que él era brahmani y en su casta el apellido Kumar era muy común. No quisimos preguntar mucho sobre el sistema de castas. Pensamos que no era lo más cortés indagar sobre los estratos sociales de la India, sin ser molestos. ¿Cómo entender a la India sin entender al sistema de castas? Tendré que leer más a fondo sobre ello. Cinco horas después, exhaustos, llegamos a Jaipur. El día siguiente sería otra vez de muchos monumentos y visitas.

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